La regla de las tres des
La capacidad de disfrute inagotable y la tendencia natural al descubrimiento tenaz que tienen los niños son tan puras y poderosas que consiguen envolver a los adultos
Este verano, mamá, vamos a aplicar la regla de las tres des», dijo mi hija, clavando su pupila azul en mi pupila temerosa. Como buena seguidora de ‘Pasapalabra’, un puñado de des –todas ellas desoladoramente deprimentes– se me pasaron por la cabeza: Donbás, debacle, desertificación, dolor, distopía… Con un tono de voz estudiadamente despreocupado, le pregunté a mi hija: «¿Qué quieres decir con eso, cariño?». «La regla de las tres des, mamá. Me la he inventado yo», respondió ella, poniéndome esa cara de cachorrito adorable de meme que tanto le gusta: «Disfrutar, descubrir y descansar… Eso es lo que vamos a hacer este verano».
«Vaaaale, que no te había entendido, hija», le dije, mientras trataba de evitar que una retahíla de des desastrosas siguiera martilleando mi cerebro: delito, dominación, duelo, displicencia, decepción… «Pero… ¿esa regla no la has estudiando este año en el colegio con tu super-profe-favorita?». «¡Mami! –reaccionó mi hija con cierta impaciencia, al intuir que la mente de su progenitora vagaba errática por los infiernos de los adultos–, lo que he estudiado con la profe es la regla de las tres erres de la ecología: reducir, reutilizar y reciclar; y es guay, pero mi regla de las tres des también lo es».
Disfrutar, descubrir y descansar (parece ser que, además, en ese preciso orden, y no a la inversa) son los tres propósitos de mi hija para este verano de 2022. ¡Cuánta clarividencia la de mi pequeña roya! Durante estas semanas de liberación escolar, mi hija ha explorado múltiples universos rutilantes de des divertidas: ha dibujado apasionadamente el andén 9 ¾, soñando que se volvía a trasladar a la página 0 del envolvente universo de Harry Potter; se ha disfrazado con combinaciones imposibles y ha salido a la calle con ellas, sin mostrar un ápice de recato; ha devorado con envidiable gula decenas de libros y cómics de la biblioteca, deleitándonos con sus autoelaboradas moralejas; ha degustado placeres culinarios tan cuestionables como el helado de ‘cookies’, al tiempo que ha comenzado a apreciar las virtudes del melocotón o el aguacate; ha debatido con sus padres sobre la importancia de las matemáticas y la causa de las pleamares; y, cuando el control parental así lo exigía, ha dormido a pierna suelta angelicalmente abrazada a sus peluches.
La capacidad de disfrute inagotable y la tendencia natural al descubrimiento tenaz que tienen los niños son tan puras y poderosas que consiguen envolver a los adultos que tenemos la suerte de vivir a su vera. Desde que soy consciente de la existencia de la regla de las tres des y de su aplicación imperativa durante el periodo estival, he ido redactando sigilosamente, muy avergonzada por mi adultez catastrofista, una lista de des dichosas, mucho más cotidiana e íntima que el posible macroinventario de des desgraciadas: deporte, dameros, Dackel, danza, daiquiri, Duncan Dhu, ‘dumplings’... Acompañarme de pequeños placeres e ilusiones, aparte de ayudarme a sobrellevar esta canícula, me está sirviendo para practicar ese añorado ‘slow life’ que nunca llega para quedarse.
Una de las actividades incluidas por mi hija en este gozoso festival tres des del verano ha sido ver la película ‘La historia interminable’. Mi hija siguió el argumento con emoción contenida, fascinada por el poético universo de Michael Ende. Hubo un momento, sin embargo, en el que pidió parar la película y retroceder unos segundos para volver a escuchar este monólogo: «Los hombres han empezado a perder sus esperanzas y a olvidar sus sueños, por eso la nada avanza cada día más. La nada es el vacío que queda, como una ciega desesperación (…) Las personas que no tienen ninguna esperanza son fáciles de dominar». «Mamá, ¿qué es la nada? No lo he entendido. ¿La nada es importante?», preguntó ella con gesto dubitativo.
Por muy diversos motivos, estos últimos tiempos están siendo extremadamente complicados y llenos de incertidumbre y la vorágine contemporánea puede estar silenciando las heridas que la nada es capaz de horadar en nuestros jóvenes. Por eso, que un hijo, que lo es todo, aún no tenga ni siquiera indicios de lo que es la nada, genera una profunda y serena alegría. Hoy mismo le he comunicado a mi hija que el disfrutar, el descubrir y el descansar quedan implantados por decretazo en nuestra familia mucho más allá del fin del verano. La regla interminable de las tres des.