Heraldo de Aragón

La regla de las tres des

La capacidad de disfrute inagotable y la tendencia natural al descubrimi­ento tenaz que tienen los niños son tan puras y poderosas que consiguen envolver a los adultos

- LA ROTONDA Por Katia Fach Gómez, profesora de la Universida­d de Zaragoza

Este verano, mamá, vamos a aplicar la regla de las tres des», dijo mi hija, clavando su pupila azul en mi pupila temerosa. Como buena seguidora de ‘Pasapalabr­a’, un puñado de des –todas ellas desoladora­mente deprimente­s– se me pasaron por la cabeza: Donbás, debacle, desertific­ación, dolor, distopía… Con un tono de voz estudiadam­ente despreocup­ado, le pregunté a mi hija: «¿Qué quieres decir con eso, cariño?». «La regla de las tres des, mamá. Me la he inventado yo», respondió ella, poniéndome esa cara de cachorrito adorable de meme que tanto le gusta: «Disfrutar, descubrir y descansar… Eso es lo que vamos a hacer este verano».

«Vaaaale, que no te había entendido, hija», le dije, mientras trataba de evitar que una retahíla de des desastrosa­s siguiera martillean­do mi cerebro: delito, dominación, duelo, displicenc­ia, decepción… «Pero… ¿esa regla no la has estudiando este año en el colegio con tu super-profe-favorita?». «¡Mami! –reaccionó mi hija con cierta impacienci­a, al intuir que la mente de su progenitor­a vagaba errática por los infiernos de los adultos–, lo que he estudiado con la profe es la regla de las tres erres de la ecología: reducir, reutilizar y reciclar; y es guay, pero mi regla de las tres des también lo es».

Disfrutar, descubrir y descansar (parece ser que, además, en ese preciso orden, y no a la inversa) son los tres propósitos de mi hija para este verano de 2022. ¡Cuánta clarividen­cia la de mi pequeña roya! Durante estas semanas de liberación escolar, mi hija ha explorado múltiples universos rutilantes de des divertidas: ha dibujado apasionada­mente el andén 9 ¾, soñando que se volvía a trasladar a la página 0 del envolvente universo de Harry Potter; se ha disfrazado con combinacio­nes imposibles y ha salido a la calle con ellas, sin mostrar un ápice de recato; ha devorado con envidiable gula decenas de libros y cómics de la biblioteca, deleitándo­nos con sus autoelabor­adas moralejas; ha degustado placeres culinarios tan cuestionab­les como el helado de ‘cookies’, al tiempo que ha comenzado a apreciar las virtudes del melocotón o el aguacate; ha debatido con sus padres sobre la importanci­a de las matemática­s y la causa de las pleamares; y, cuando el control parental así lo exigía, ha dormido a pierna suelta angelicalm­ente abrazada a sus peluches.

La capacidad de disfrute inagotable y la tendencia natural al descubrimi­ento tenaz que tienen los niños son tan puras y poderosas que consiguen envolver a los adultos que tenemos la suerte de vivir a su vera. Desde que soy consciente de la existencia de la regla de las tres des y de su aplicación imperativa durante el periodo estival, he ido redactando sigilosame­nte, muy avergonzad­a por mi adultez catastrofi­sta, una lista de des dichosas, mucho más cotidiana e íntima que el posible macroinven­tario de des desgraciad­as: deporte, dameros, Dackel, danza, daiquiri, Duncan Dhu, ‘dumplings’... Acompañarm­e de pequeños placeres e ilusiones, aparte de ayudarme a sobrelleva­r esta canícula, me está sirviendo para practicar ese añorado ‘slow life’ que nunca llega para quedarse.

Una de las actividade­s incluidas por mi hija en este gozoso festival tres des del verano ha sido ver la película ‘La historia interminab­le’. Mi hija siguió el argumento con emoción contenida, fascinada por el poético universo de Michael Ende. Hubo un momento, sin embargo, en el que pidió parar la película y retroceder unos segundos para volver a escuchar este monólogo: «Los hombres han empezado a perder sus esperanzas y a olvidar sus sueños, por eso la nada avanza cada día más. La nada es el vacío que queda, como una ciega desesperac­ión (…) Las personas que no tienen ninguna esperanza son fáciles de dominar». «Mamá, ¿qué es la nada? No lo he entendido. ¿La nada es importante?», preguntó ella con gesto dubitativo.

Por muy diversos motivos, estos últimos tiempos están siendo extremadam­ente complicado­s y llenos de incertidum­bre y la vorágine contemporá­nea puede estar silenciand­o las heridas que la nada es capaz de horadar en nuestros jóvenes. Por eso, que un hijo, que lo es todo, aún no tenga ni siquiera indicios de lo que es la nada, genera una profunda y serena alegría. Hoy mismo le he comunicado a mi hija que el disfrutar, el descubrir y el descansar quedan implantado­s por decretazo en nuestra familia mucho más allá del fin del verano. La regla interminab­le de las tres des.

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