Heraldo de Aragón

A pagar y vámonos

- Juan Francisco Ferré

torero Rafael Ortega. En aquel festejo se lidiaron 5 novillos de la ganadería de Doña Piedad Figueroa para los diestros Pepe Dominguín, Luis Miguel Dominguín, Rafael Ortega, Antonio Palacios y el novillero de Alcorisa Jesús Omedas. Al tratarse de un festival se utilizó el traje campero, y no el traje de luces como erróneamen­te Pepín Bello le contó a José Antonio Martín Otín, ‘Petón’, y éste recogió en su libro ‘La desesperac­ión del té (27 veces Pepín Bello)’. Fueron anunciados como banderille­ros de aquel festival, y así se hizo constar en el cartel, Juan Benet y José Bello. El apodo utilizado por Benet fue el de ‘Peque’, muy apropiado para un hombre que rondaba los dos metros de altura, y el de José Bello, ‘Pepín’, que era como todo el mundo conocía al aragonés amigo de la Generación del 27. En ese cartel, que tuve en las manos gracias a M.ª Luisa Eixarch, hija del entonces médico de Calanda, que lo conserva, se anunció como puntillero el arquitecto Fernando Chueca Goitia, primo hermano de Benet. Si llegaron a salir o no del burladero es cosa, queridos lectores, que no estoy en condición de confirmaro­s.

No tengo nada contra las políticas que quieren salvar el planeta. Todo lo contrario. Ahora bien, si de lo que se trata es de volver al Neolítico y renunciar a todas las ventajas de la civilizaci­ón posindustr­ial, para eso más nos hubiera valido no salir del Neolítico, al menos allí éramos felices. El principal problema posmoderno es querer las virtudes de la modernidad sin ninguno de sus vicios. Y eso es tan incongruen­te como todo lo que estamos viviendo en los últimos años, desde la pandemia hasta esta estúpida guerra que nadie ha hecho nada por evitar.

Cuanto más difícil están las cosas, más difícil las ponen. La iluminació­n va unida, desde la Ilustració­n, a la expansión de las luces. No quiero imaginar que este apagón por decreto fomente, de tanto leer la literatura del BOE, el apagón de la inteligenc­ia y nos deslicemos, progresiva­mente, hacia la oscuridad de las ideas y las costumbres. Nunca se sabe con los que gobiernan de verdad este mundo.

Vivimos en un mundo impensable que se mueve entre el costumbris­mo y la ciencia ficción. Por eso ayer, leyendo al viejo Rousseau en la playa, tuve una visión del futuro que no conoceremo­s. Un futuro anacrónico, qué ironía. Leer bajo el sol al pensador que escribió «el hombre nace libre y en todas partes lo veo encadenado» es peligroso y puede hacerte soñar con la regresión imposible al estado natural. No sé si me dormí o tuve un golpe de calor. Tenía delante de mí a un extranjero de pelo blanco diciéndome con claridad que pretenden eliminar el siglo XX. Es su programa. Les parece un siglo horrible y quieren cancelarlo a toda costa. Como si no hubiera existido.

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