A vueltas con Bolívar
Simón Bolívar y Ponte tiene en España calles y memoriales, incluido un despampanante monumento ecuestre de casi ocho metros en el Parque del Oeste de Madrid
Colón sí descubrió América. Y no fue un genocida: hay millones de indígenas solo donde el dominio fue español o portugués. Bolívar –otro tópico americano– es una figura que, como dijo agudamente N. Harwich, sirve como «héroe para todas las causas». Ahora, para que en España se zahiera a Felipe VI. Hugo Chávez lo parangonó con Jesús de Nazaret y ensalzó su falsa mezcla de sangres india y negra: «¡Zambo, como yo!», clamó en 2006, lleno de entusiasmo, en una de esas homilías diarias con que nutría al pueblo, a base de un copioso maná de ideas genialoides y sorprendentes.
Chávez abrió los ojos a las multitudes: «A Bolívar la oligarquía venezolana lo convirtió en blanco. Yo no tengo nada contra los blancos, pero Bolívar no era blanco. Bolívar nació entre los negros, dicen que en Capaya. Bolívar tenía el pelo rizado. Bolívar era más negro que blanco. No tenía los ojos verdes. Y ustedes ven retratos de Bolívar con los ojos verdes, el pelo amarillento y la cara blanca. Bolívar era chiquito y lo ponen grandote. No, Bolívar era chiquitico, con la voz chillona y era zambo, como yo». Cualquier otro retrato de Bolívar será burgués y contrarrevolucionario.
Los amigos de esta clase de semblanzas le adjudican una tatarabuela ‘negra tinta’. Pero su pormenor genealógico lleva a antecesores vascos, gallegos y canarios. Sabía tener modales, como hijo de ricos muy ricos. Su tutor en España, el marqués de Ustáriz, le hizo estudiar esgrima, monta, baile, lenguas y ciencias. Y casó con María Teresa Rodríguez de Toro y Alayza, española y sobrina de un marqués.
Ya dejó dicho Herrera-Vaillant que esa supuesta tatarabuela negra era blanca. Se llamó María Martínez de Cerrada. Pocos lo han discutido, aunque García Márquez, tan adicto, se apuntó a la monserga zamba. Hija de un encomendero (la ‘encomienda’ era tierra de la Corona, cedida para su explotación), tuvo una hija natural con Francisco Marín de Narváez. Esta niña, más tarde legitimada, fue Josefa Marín de Narváez y nació en 1668, bisabuela de Bolívar y dueña de las ricas minas de Aroa, según testamento que se conserva en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid.
El gran Bolívar –Bolibar es nombre vizcaíno– nació sumamente rico. Era ‘mantuano’ de Caracas (el calificativo nace de un privilegio sobre los mantos), de una familia que lo bautizó como Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar de la Concepción y Ponte Palacios y Blanco. ¿Propio de un zambo? Y, claro, sirvió en una unidad militar creada por su familia, que se llamaba, literalmente, Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua. Blancos, no zambos. En fin, era tan grande que, en 1801, se fue a vivir... a Bilbao.
¿Ser bolivariano?
Hoy, ser bolivariano es anacrónico... e indefinible. Ser bolivariano hoy resulta intelectualmente barato. Chávez dijo que Cristo y Bolívar eran socialistas, gragea diseñada para nutrir las almas de historias hasta el fin de la noche o de los tiempos. Rushdie, que ha vivido casi tres lustros enjaulado y protegido, necesitaba sentir que el peligro había pasado, que la condena a muerte habría prescrito. Y se instaló en una de las ciudades más tumultuosas del mundo, Nueva York, donde se cruzan las vidas y los relatos. Los que temen la libertad ajena no desfallecen y consideran que les asiste la razón, y que pueden ser déspotas, tomarse la ‘justicia’ por su mano cruel y homicida. Eso es lo que han hecho con el autor de ‘Joseph Anton’, el libro del cautiverio abominable, como antes se hizo (o se quiso hacer) con Sócrates, Savonarola, Servet, las víctimas del Gulag o ‘Charlie Hebdo’. las masas desheredadas que sueñan en clave nacionalista, cristiana y étnica: Bolívar+Jesús=Chávez, la ecuación bolivariana. ¿Por qué no sumar a Marx? Porque no se puede y de ahí lo de ‘socialista’. Marx repudió a Bolívar. Lo retrató duramente y argumentó sus porqués: brutal, mujeriego, veleidoso, mal jefe, déspota, cobarde...
El gran Bolívar ¿socialista? blasonaba de linaje. Escribió a su colega Antonio José de Sucre: «Siempre seremos de nacimiento punible: blancos y venezolanos. Con esos ‘delitos’ no se puede mandar por estas regiones». Porque, si el gran Bolívar exudaba racismo –desconfiaba de indios, ‘prietos’ y ‘pardos’–, ante todo era clasista. Se proclamó ‘dictador’. Quería instaurar un senado hereditario para las estirpes encumbradas; y una cámara baja reservada a comerciantes y propietarios acomodados: nada de pobres, ya fueran blancos, negros, indios, mulatos o zambos. Y, en fin, a su edecán O’Leary, por carta, le dijo cómo, mejor que un régimen ilustrado, sería aplicar en esas tierras las rígidas reglas del Corán.
«Estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, afligido, calumniado y mal pagado. (...) Nunca he mirado con buenos ojos los levantamientos y me he arrepentido hasta de los que emprendimos contra los españoles». Murió en soledad casi total y detestado por sus pares. Los hubo que no se recataron de celebrar su muerte.
La gente no sabe de Bolívar, ni aquí ni allá. La España oficial respeta a Bolívar porque hay gobiernos hispanoamericanos que lo ensalzan, no porque lo merezca o se le quiera. Eso es todo. Hace un siglo, Ávalos soñó un conjunto en su honor tan desaforado que ni se intentó: medía cien metros. Y la estatua ecuestre en bronce, de casi ocho, que tiene en el madrileño Parque del Oeste, se la autorizó Franco al alcalde franquista Arias Navarro y la esculpió el franquista Emilio Laiz, con copias para Colombia y Venezuela.
Quienes malmeten contra Felipe VI por la anécdota, manipulada, de la espada bogotana hablan con voz falsa. Y sin saber de qué.
Bolívar decía en privado que en la América sublevada mejor que un régimen ilustrado funcionarían las rígidas reglas del Corán
Rushdie ha intentado escribir contra el miedo y a favor de la libertad. Como su maestro Averroes, ha optado por la razón frente a la irracionalidad, ha defendido el erotismo, la belleza libre de un crepúsculo y la libertad de ser, afirmarse y soñar. Este ataque nos recuerda que debemos aprender a respetar, a convivir, a oír y a disentir. Esta es la auténtica asignatura pendiente universal (¡Miren y oigan a Irán!).
No nos pertenece la existencia de nadie ni puede incomodarnos hasta la violencia o el crimen. Lo más terrible de Rushdie es que él, crítico o no con el Islam, asume que se formó en él y no puede renunciar a sus fabulaciones ni a sus visiones del mundo.