La importancia de los primeros puntos del mes de agosto
● La liga española disputa tres jornadas en situación inestable por estar el mercado abierto hasta el día 31 ● El valor de estos partidos debería ser el mismo que los demás, pero está alterado y marca tendencia
LAS PALMAS DE GRAN CANARIA. Anoche en Las Palmas, en el inicio de la liga 22-23, se dio un resultado, como se podían haber dado cualquier de los otros dos en virtud de, en gran medida, cuestión de azar. Parece de Perogrullo, pero no lo es. Porque las primeras tres jornadas de la liga española, las ubicadas en agosto, se dirimen en los últimos años (antes, hubo un trecho en el que eran dos los partidos agosteños) en territorios inestables, con mucho de postizo, con las plantillas sin cerrar, con gente que todavía falta por venir al vestuario y otra que está pero va a marcharse, con parcheos del filial que difícilmente o nunca aparecerán en lo sucesivo, con los presupuestos y límites salariales por concretar desde la patronal, con inscripciones de jugadores fichados que se echan atrás por falta de sostén normativo… un galimatías que se repite año tras año, que se observa como elemento que aporta impurezas a la competición, pero al que nadie pone coto.
La cosa es que el Real Zaragoza vuelve a pelear por nueve puntos en agosto cuando su escudería está todavía inacabada. Y son nueve puntos tan importantes como cualquier otro de los que se dispute durante el año, en los nueve meses largos de la competición. Si al final de mayo falta un punto para ascender a Primera… si al final de la liga falta un punto para meterse en la promoción de ascenso… y si a algún equipo al final del torneo le falta un punto o echa en falta un gol en el diferencial para evitar un descenso por ‘golaverage’… ¿no pensará en cómo acometió aquellas tres primeras jornadas de agosto, estas de ahora, con su material humano y financiero aún por desbrozar y esclarecer? Sería de ley que lo hiciera. Porque estas tres primeras jornadas son como una tara en la liga de 42 partidos. Algo que todo el mundo consiente a la vez que admite su injusticia o mancha en la competición. Se juega una larga partida de muchos meses en la que, las tres primeras manos, tienen baraja diferente, con ausencia de cartas (no están todas las que estarán el 1 de septiembre) o lomos de distinto color que luego se pueden cambiar (jugadores que empiezan en un sitio y en unos días están en el de enfrente).
Y estos nueve puntos marcan tendencia. Son nueve de los 126 de los que consta la pugna de la liga de 42 jornadas en Segunda. Son el 7,1% del total. En términos de valoración global, un porcentaje pequeño pero importante en un ámbito de muchos millones de euros en juego. Pónganle nombre de comisión a ese 7,1 y seguramente ya se sabrá mejor de lo que se habla. O de descuento en una nómina. O de aumento del IPC. O de la subida de los precios. Nadie, parece ser, otorga públicamente la debida trascendencia que tienen en la liga española estos primeros tres partidos fuera de la normalidad y se traga el sapo de, campaña tras campaña, empezar el campeonato bajo mínimos, con los teléfonos echando chispas por ventas, compras, traspasos, cesiones o finiquitos y nublando la verdadera hondura que tiene ganar, empatar o perder (Torrecilla está así, pegado al equipo, en Canarias), ayer en Las Palmas, el sábado que viene en La Romareda con al Levante o dentro de 15 días en Cartagena.
Dos ejemplos palmarios
Hay dos paradigmas claros muy recientes que describen la importancia verdadera de este inicio de liga. No es algo anecdótico eso de ‘empezar bien’ o ‘comenzar con mal pie’ una liga, cualquier competición. Suele tener mucho que ver con lo que finalmente sucede durante un año de trabajo. En el lado positivo, fresco está en la memoria aquel principio del proyecto de hace tres campañas, con Víctor Fernández al frente y un aura alrededor del equipo de que, ese año sí, el ascenso era posible (lo fastidió la pandemia y otras cuestiones anejas a aquel alboroto de conclusión liguera en julio y agosto, sabido es por todos). Victoria en casa por 2-0 ante el Tenerife; empate, 1-1, en Ponferrada (ganaban los zaragocistas hasta el minuto 90); y nuevo triunfo en La Romareda, por 1-0 ante el Elche. O sea, en el batiburrillo de agosto, aquel Zaragoza logró siete de los nueve puntos llenos de impurezas con el mercado abierto de par en par y muchas plantillas todavía en obras. Y se metió líder, en cabeza. Y de ahí ya no bajó hasta el final, con las vicisitudes del triste epílogo pospandémico.
En el otro lado de la horquilla asoma el año pasado. Empate, 0-0 en casa con el Ibiza (de Carcedo); derrota por 2-0 en Valladolid; y patinazo en La Romareda al caer 0-1 con el Cartagena. Es decir, un punto de nueve y el equipo de Juan Ignacio Martínez ‘Jim’ se enganchó en el barro del fondo de la tabla, donde vivió azarosamente durante siete meses y medio hasta que logró sellar una permanencia sufrida y llena de grumos en el día a día. Agosto se le atragantó a un equipo en mantillas y...
Claro, el año bueno, el de Víctor, a Boltaña ya subieron en julio Luis Suárez y Dwamena, los delanteros ‘estrella’ del proyecto. Y los dos defensas potentes que iban a cambiar el perfil de la defensa, Atienza y Vigaray, estaban desde el principio. Y también empezó la liga Kagawa, el mediático refuerzo japonés que tuvo espacio en telediarios nacionales. Ahí, el Real Zaragoza combatió las trampas de agosto con agilidad y gestión. Nada sucede por que sí, aunque la fortuna también tenga su palabra en la película del fútbol.
El año pasado, por el contrario, se dejaron deberes importantes para el final del mercado. Tanto en salidas como en llegadas. Vada, Nano, Álvaro Giménez… los puntas que debían llegar a la desvencijada delantera lo hicieron en la recta final de agosto, muy tarde, sin pretemporada hecha, llovidos del cielo. Si, además, su rendimiento no terminó nunca por ser, en líneas generales, el previsto, la mezcla de circunstancias desembocó en el calvario vivido.