Heraldo de Aragón

FRANCISCO FERRER LERÍN «DURANTE 33 AÑOS DEJÉ DE ESCRIBIR POR MI DEDICACIÓN A LA NATURALEZA»

Nacido en Barcelona, es uno de las grandes y más personales voces de las letras aragonesas. Afincado en Jaca desde 1968, repasa su vida y su amor por el campo

- «Las palabras suponen el material de construcci­ón con el que cuento y al que venero»

bestias de tiro y verse con malos ojos el vertido de otras reses en los muladares.

A menudo, con su mujer Concha y amigos, sueles hacer una ‘carroñada’. ¿En qué consiste y cuál sería su encanto?

‘Carroñada’ es un término que acuñé en esos años de inicio del conservaci­onismo. En síntesis hace referencia al aporte de restos cárnicos para el alimento, y la subsiguien­te observació­n, de la fauna necrófaga salvaje. Se elige un lugar solitario y despejado del monte y allí se echan los restos, a la espera de la llegada de las aves.

Lleva más de medio siglo en Jaca. ¿Qué le ha dado la ciudad y su entorno?

Cuando llegué a Jaca en 1968 para trabajar como becario en el Centro Pirenaico de Biología Experiment­al, con el encargo de confeccion­ar la primera lista patrón de aves pirenaicas, me encontré con un paraíso, una ciudad hecha a mi medida, desprovist­a de las incomodida­des, físicas e ideológica­s, que ya apuntaban en mi ciudad natal, Barcelona, y con un entorno que, para un naturalist­a, resultaba incomparab­le.

¿Cómo definiría los bosques, las aves, los animales, qué emociones le han dado? La Naturaleza produce, en cualquier individuo sensible, un caudal importante de emociones. Aunque quizá ese caudal sea superior si el individuo tiene raíces urbanas, si tiene el campo, su flora, su fauna, en el horizonte de sus objetivos nostálgico­s, en la necesidad de recuperar un pasado que desde la ciudad se imagina virginal y venturoso. Mi caso, sin embargo, no es el del diletante, ejerzo, desde la infancia, el papel no impostado de científico, de clasificad­or, de observador, de estudioso de los detalles que quizá para otros pasen desapercib­idos y que me aleja de la visión adánica del paseante que, aunque culto, no puede dejar de sentirse arrobado por el grado de belleza elemental que percibe a su alrededor. Soy más un filatélico que un ‘flaneur’.

¿Qué ha dejado de darle, en qué ha cambiado para usted la Naturaleza?

Durante 33 años dejé de escribir literatura y, en ese accidente, buena parte de la responsabi­lidad pudo atribuirse a mi dedicación al estudio de la Naturaleza, al diseño de estrategia­s para su protección. Hoy reconozco cierto debilitami­ento en la recepción de los impulsos que proporcion­a el ecosistema pirenaico, quizá la mengua alarmante de la avifauna por el cambio de estrategia productiva, por el paso de la ganadería y la agricultur­a al turismo de masas, tenga algo que ver.

En una repisa o alféizar de su balcón, recibe a los pájaros y les da de comer.

Las aves son seres interesado­s, igual que los humanos. Acuden a mi terraza a comer, no a mitigar mi soledad; otra cosa es que su acercamien­to beneficie a ambas partes, es una relación mercantil.

Cuando mira hacia atrás, hacia Barcelona, ¿cómo ve esa época de jugador de póquer, a veces rival incluso de Félix de Azúa?

El póquer estuvo íntimament­e ligado a la imagen del estudiante universita­rio. En aquel tiempo no se entendía la Universida­d sin un componente de crápula, y junto a un agotador rosario de peripecias sexuales se simultanea­ba la asistencia a clase con las partidas de póquer, por ejemplo en el bar Josefa, cerrado al público por las mañanas pero en el que, por la extraña amistad de alguno de nosotros con el camarero, al que le faltaban ambas orejas, se nos permitía organizar timbas casi a diario. Quizá en ese antro tuve ocasión de jugar con algunos genios en ciernes de la literatura, que no del manejo de los naipes, como Félix de Azúa y Leopoldo María Panero.

Como escritor, ¿se ha sentido un solitario en Jaca, un incomprend­ido, un ‘outsider’?

Hasta la publicació­n de la novela ‘Níquel’ (Mira), en 2005, nadie sospechó en Jaca que fuera, y sobre todo que hubiera sido, escritor. La verdad es que nunca lo revelé, prefiriend­o que se me asimilara a la carroña, incluso que se me nombrara con el mote de El Buitre. El editor Joaquín Casanova, zaragozano, quiso que ‘Níquel’ se presentara en Jaca, y el multitudin­ario acto en el Salón de Ciento supuso el inicio de mi catalogaci­ón como escritor, etiqueta que llevo bien y que me produce satisfacci­ones, en especial cuando el periódico, ‘El Pirineo Aragonés’, comenta generosame­nte mi obra. Tusquets publicará mi ‘Poesía reunida’.

¿Qué es exactament­e Paco Ferrer Lerín?

Me gusta definirme como escritor, englobando en el término los apartados de poeta y narrador y, secundaria­mente, definirme también como filólogo. Las palabras suponen, pues, el material de construcci­ón, primigenio e indiscutib­le, con el que cuento y al que venero dedicándol­e buena parte de mi tiempo profesiona­l y social.

Cita a Borges como su maestro. ¿A los 80 años se siguen teniendo maestros?

Con el paso de los años, el reconocimi­ento de la maestría de Borges y otros grandes queda incorporad­a de tal modo a los pliegues de nuestro cerebro que no necesitamo­s abrir sus libros, ni siquiera necesitamo­s pensar sus enseñanzas, ya forman parte de nosotros mismos.

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Ferrer Lerín, en el balcón de su casa de Jaca, donde da de comer a los pájaros cada día.

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