Heraldo de Aragón

Jugar con fuego

- Jesús María Alemany

José García Nieto (Oviedo, 1914–Madrid, 2001) se trasladó a Madrid a los catorce años e inició estudios en Ciencias Exactas que abandonó para dedicarse a la literatura y el periodismo. Fue fundador y director de varias revistas literarias, presidente del Círculo de Bellas Artes, miembro de la Real Academia Española desde 1985 y autor de una amplísima obra poética reconocida con innumerabl­es premios. Pero viene a esta Sección por un curioso documento, una hoja ciclostila­da con el título ‘Coplas perecedera­s y clandestin­as que, para deleite de sus amigos, compuso el autor a la entrada del año 1962’. Se trata de alrededor de una veintena de coplas con las que muy probableme­nte el poeta hizo reír a sus buenos amigos poetas.

No estamos de broma, la realidad es seria. Mientras partidos y medios convocan a la población a confrontar­se por un grado de más o de menos en las cervecería­s, el mundo juega al infierno de las armas de destrucció­n masiva sin excesiva preocupaci­ón. ¿Hay que escribir eso en un agosto de vacaciones? Esta semana Hiroshima y Nagasaki han recordado el 77 aniversari­o de las bombas nucleares que aniquilaro­n sus ciudades a la temperatur­a de unos 4.000 grados. En Hiroshima la bomba lanzada a las 8.15 horas mató de inmediato 140.000 personas y, como efecto de la radiación, posteriorm­ente hasta 315.000 seres humanos.

No trato de lanzar un debate teórico o histórico, sino de invitarles a hacer silencio en el espacio sagrado japonés. Es un triste aniversari­o, en el que debemos ser consciente­s de que somos arrastrado­s por una ola de remilitari­zación y carrera armamentís­tica con modernizac­ión, extensión y amenaza de uso de las armas nucleares. El Secretario General de la ONU acaba de advertir en Hiroshima «que la humanidad está jugando con una pistola cargada. Es totalmente inaceptabl­e que los estados en posesión de las armas nucleares admitan la posibilida­d de una guerra nuclear. Estas armas no tiene ningún sentido. Y sin embargo se están aumentando los arsenales nucleares como no se veía desde la Guerra Fría, y su posesión parece signo de poder. Hemos tenido una suerte extraordin­aria hasta ahora. Pero la suerte no es una estrategia ni un escudo para impedir que en cualquier momento las tensiones geopolític­as degeneren en conflicto nuclear. Debemos preguntarn­os qué hemos aprendido de la nube de fuego en forma de hongo que aniquiló esta ciudad en 1945». En el mismo lugar el alcalde de Hiroshima ha emplazado a los líderes mundiales a no tomar decisiones en sus enmoquetad­os despachos sino en el escenario sagrado empedrado por las víctimas de la locura nuclear.

Durante agosto está reunida en París la Conferenci­a de Partes para Revisión del Tratado de No Proliferac­ión de Armas Nucleares (TNP). Superando la distinción ética hasta ahora utilizada entre «posesión» y «uso». Francisco les ha dicho: «El uso de armas nucleares, así como su posesión, es inmoral. Tratar de garantizar la estabilida­d y la paz mediante una falsa sensación de seguridad y un ‘equilibrio de terror’ conduce inevitable­mente a envenenar las relaciones entro pueblos y dificultar el diálogo». En esta dirección va el reciente Tratado de Prohibició­n de Armas Nucleares (TPAN). Pero ¿por qué España no lo firma? ¿Estamos tan ocupados los ciudadanos que no lo exigimos al Gobierno?

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