Heraldo de Aragón

San Roque en Zaragoza

- Aragón de leyenda por Alberto Serrano Dolader

Pocos, muy pocos atesoran los años suficiente­s como para recordar los tres días de fiesta con los que el vecindario del barrio zaragozano de la Magdalena honraba a San Roque. La guerra de 1936 bajó la tajadera, también en estos aspectos lúdicos de la vida.

En la jornada principal, desfilaba la procesión paseando la peana por las calles del Coso Bajo. A las 7 de la mañana y al son de una banda militar (en 1900, por ejemplo), arrancaba en la casa del mayordomo saliente, que se encargaba de coordinar ese año todos los pormenores; descansaba un ratico en el oratorio de las religiosas de san Vicente de Paúl, para dirigirse luego a la parroquia, donde, a las 10.30, se celebraba la consabida solemne función religiosa, muy decorada con música (en 1909, la orquesta la dirigía el maestro Aurelio Alonso, quien se convirtió en una institució­n porque en 1920 seguía con la batuta, en esta ocasión al frente de la capilla de Santa Cecilia). Por la tarde, a las 6.30, se reorganiza­ba el desfile procesiona­l para trasladar al santo desde la Magdalena al convento de las Mónicas.

¿El ambiente? Botón de muestra en la prensa de 1909: «La animación por las calles fue extraordin­aria, los puestos de churros y buñuelos hicieron su agosto; hubo bailes populares y los chicos corrieron los cabezudos cuanto pudieron».

Repaso en la hemeroteca los años 20 y veo que la Confratern­idad del Glorioso San Roque se lucía: el gaitero y el tamboriler­o despertaba­n con sus dianas al vecindario, la banda del Hospicio marcaba el ritmo en los pasacalles, los globos aerostátic­os se lanzaban en la calle Romea y la membresía se daba cita en uno de los festejos más concurrido­s: la carrera de cintas (aunque hoy nos parezca propuesta simplona, en 1923 «debido a la gran aglomeraci­ón de público, tuvo necesidad de ser suspendida cuando sólo faltaban dos cintas que enganchar», o sea, ni el fútbol). Por la noche, jotas de ronda y verbenas.

La programaci­ón se financiaba en buena parte con las entradas de un festival de variedades. En 1927 se celebró en el teatro La Parisina: el cuadro de las Delicias, dirigido por Joaquín Marco, escenificó la obra de Arniches ‘La casa de Quirós’; Mariano Cebollero y Amalia Zapatas entonaron jotas dándole a las cuerdas la rondalla de la Agrupación Artística; Eustaquio Ruiz amenizaba con su piano las transicion­es. En 1928, el teatro Circo fue el escenario elegido: sainetes, romanzas, piano, violín, cerrando el ventrílocu­o Val-Rey (un personaje del que me gustaría conocer más datos).

Cómo lucen diez poetas a las ocho en un ‘coctel’, aunque el anfitrión no tenga ni un libro en el anaquel

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