Heraldo de Aragón

Ir de ‘festi’

- Juanma Fernández @juanmaefe

Se acabó el verano. Puede que algún afortunado con piscina privada todavía apure a darse un chapuzón pero lo cierto es que hay que ir buscándole acomodo en el armario al bañador 2022. También se acaban los festivales de verano: esos eventos antimúsica (benditas excepcione­s como el Vive Latino) que este año, quizá para recuperar lo perdido tras dos veranos de dura pandemia, han mostrado un poco más si cabe su verdadera cara empresaria­l: cancelacio­nes, hacinamien­tos, riesgos de seguridad e incluso un fallecido han sido el saldo para una costumbre que en la mayoría de los casos solo relega la música, utilizándo­la como pretexto para montar una macrofiest­a de dos o tres días donde el postureo, el alcohol, las drogas y la falta de respeto a la dignidad humana (no sé si han visto los baños de un ‘festi’) se dan la mano.

Resulta increíble cómo una idea digna, que en lugar del concierto ‘gratis’ al uso de las fiestas patronales, ponía a los artistas en una órbita de mayor nivel al tener que pagar una entrada por verles, ha degenerado en una masa de gente cocida que va más a ver qué se cuece que a escuchar lo que se toca. Podemos entrar ahí en el detalle de si no es respetable que cada uno vaya allí a lo que le plazca si paga su entrada, y puede ser verdad, pero yo es que vengo aquí a desahogarm­e. Ir a un festival se ha convertido en un carnet absurdo de amante de la música, y en esa ostentació­n cancerígen­a que atribuye a estos seres la citada categoría, se abre la veta para desprestig­iar a la música en directo, imponiendo además un modelo de negocio humillante para muchas bandas o artistas. España, un país donde las salas de conciertos luchan por sobrevivir y la mayoría de los músicos viven de otro empleo, se orienta con estas campañas ‘culturales’ hacia una idea que degrada lo que debe ser una red de música en directo estable, profesiona­l y sostenible, atribuyend­o una idea de éxito que bien sirve para el sector cultural como para un restaurant­e de comida rápida.

Desconozco las alternativ­as, que segurament­e pasarían por que los artistas pusieran límites a sus condicione­s y las del público, o que otros estamentos dignificar­an también las de los precarios trabajador­es. Serían pasos de espanto al ‘postureta’ o a la idea de que el éxito cultural solo puede ser estos ‘fast food’ a precio de estrella Michelín.

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