Más que una victoria
El significado de este triunfo trasciende, seguramente, al propio partido disputado ayer en El Toralín, por una razón fundamental: el Real Zaragoza por fin se sabe ganador, conciencia sobre uno mismo que nunca es un asunto menor en fútbol, y menos todavía cuando empezaban a apretar las primeras necesidades.
Ahora cabe afirmar que la escuadra de La Romareda puede mirarse a sí misma con cierto aplomo y un buen número de certezas. Desde luego, con menos dudas y titubeos.
En el Bierzo, fue más allá de las prometedoras muestras iniciales, cuando jugó de forma más que notable, frente a Las Palmas y el Levante, y no consiguió ganar. Superó ayer el terreno de la estética, de la puesta en escena, y se introdujo de pleno en la esencia que marcaba el momento: la consecución del triunfo, sin contar con la participación de Makhtar Gueye ni Iván Azón, con Giuliano Simeone como falso delantero centro y, al mismo tiempo, como cuchillo de hoja fina.
No fue un partido perfecto, ni mucho menos, porque al Real Zaragoza se le adivinaron virtudes y defectos; pero surgió un equipo entero, completo, con capacidad para defenderse de las acometidas del rival y también para hacer daño en el área contraria.
El nombre propio lo puso, por supuesto, Giuliano Simeone, cuyo comportamiento sobre el terreno de juego fue fenomenal, magnífico, aventurando no sólo un futuro brillante para sí, sino para todos los demás. Marcó los dos goles, estiró el campo, hizo profundo el ataque, se asoció y defendió por encima de lo que es común en un delantero. Su exuberancia física y tremendo compromiso dieron espíritu a un Real Zaragoza que nunca había ganado en este campo, de donde siempre regresó derrotado o en la tibieza de los empates insulsos.
Estamos, muy probablemente, ante la victoria que alimentará las siguientes.