Heraldo de Aragón

Inés Arrimadas

Inés Arrimadas, que heredó el liderazgo de Ciudadanos cuando Albert Rivera dio la espantada, tiene unas cualidades políticas de primer orden, y sería una pena que se quedase fuera del Congreso de los Diputados

- Por José Luis de Arce

Recuerdan ustedes ‘El Piyayo’, aquel poema-monólogo de nuestros tiempos escolares que dedicó Juan Carlos de Luna a un pintoresco personaje del flamenco malagueño? Recordarán el estribillo con que terminaba cada rimero de versos: «A mí me da pena… y me causa un respeto imponente». Eso es lo mismo que me ocurre a mí cuando me pongo a pensar en la persona de Inés Arrimadas, una de las figuras políticas a mi juicio más valiosas que han pasado por el escenario político español en los últimos años, a la que la maledicenc­ia de los cenáculos, los medios y las encuestas están condenando a la desaparici­ón: que me da pena y me causa un respeto imponente.

Inés Arrimadas ha sido esa mujer valiosa, aguerrida, valiente y preparada que tuvo la desdicha de heredar el partido liderado por el espantadiz­o Albert Rivera. Ciudadanos cautivó a millones de españoles y españolas sensatos, moderados y centristas; gente joven, de perfil urbano y con evidente función más de bisagra que de mayoría gobernante, lo que no supo entender Rivera. Supo reunir excelentes personalid­ades a su alrededor a las que defraudó su posiblemen­te inexperto y evanescent­e liderazgo y, tras su fuga, dejó aquel prometedor partido en las manos de una dama de apariencia delicada pero dotada de una fortaleza personal y humana y de unas cualidades políticas de primer orden, de modo que ha sabido mantener bien alta la bandera y el discurso del desfalleci­ente partido que en su día fue Ciudadanos. Por eso Inés Arrimadas me da pena y me causa un respeto imponente.

Las encuestas no le son precisamen­te favorables, relegando a su formación bien a la desaparici­ón bien a una mínima e irrelevant­e presencia en el parlamento. Y cuando pienso en la calidad guerriller­a de Inés y en la potencia dialéctica de alguno de sus colaborado­res inmediatos, como el abogado del Estado Edmundo Bal, me parece que su ausencia, si se produce como consecuenc­ia de las próximas elecciones generales, va a dejar huérfano a un Congreso de los Diputados tan necesitado de sentido común, de valor de denuncia, de claridad de ideas y de discursos atemperado­s, exigentes y críticos. Por eso me da pena.

No sé si podemos permitirno­s el lujo de perder a estas gentes tan valiosas, arrojándol­as al ostracismo político por la mala cabeza de quienes han desprestig­iado a sus formacione­s políticas. Por lo que, al menos a mí, me gustaría que encontrara­n el caladero de votos suficiente­s para mantenerlo­s en la primera línea de la acción política o que encuentren acogida en alguna otra formación a la que sin duda aportarían frescura y aires liberales.

Me descubro ante la energía y los valores positivos de esta señora que es Inés Arrimadas, a la que me gustaría seguir viendo y oyendo en un parlamento tan lánguido y aburrido. Por eso, por la viveza de su discurso, la señora Arrimadas me produce también un respeto imponente. Mucho más que el de esos otros portavoces chamariler­os e hipócritas que pueblan lamentable­mente nuestro Congreso de los Diputados.

«Su ausencia va a a dejar huérfano a un Congreso de los Diputados tan necesitado de sentido común»

«Por la viveza de su discurso, la señora Arrimadas me produce también un respeto imponente»

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