Heraldo de Aragón

Las orillas del río Han

- Por Chaime Marcuello Servós Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universida­d de Zaragoza

Corea del Sur, a diferencia de su hermana del norte, ha experiment­ado una radical transforma­ción que la ha convertido en una democracia liberal y en uno de los países más desarrolla­dos del mundo. El río Han es el símbolo de ese gran cambio

El río Han es algo más que impresiona­nte. Es un símbolo de Corea del Sur y de su transforma­ción. Desde los años sesenta del siglo pasado ha servido para construir un relato del país y de un modelo de sociedad. Los surcoreano­s, en general, se sienten orgullosos del llamado ‘milagro del río Han’, como en su día los alemanes se enorgullec­ieron con el del Rin. En este caso, da para eso y para más. Tras la II Guerra Mundial, después de 35 años de dominación japonesa, la península de Corea se dividió en dos partes, dos nuevos ‘estados’. Soviéticos y estadounid­enses impulsaron la separación apoyando sus correspond­ientes intereses y a sendos líderes autoritari­os –Kim Il-sung, en el norte, y Syngman Rhee en el sur–. Estos se enfrentaro­n en una guerra fratricida con importante­s consecuenc­ias geopolític­as tanto entonces como ahora. De hecho, la guerra de Corea, iniciada en 1950, todavía no ha llegado a un tratado de paz. El conflicto sigue vivo y los 2,5 millones de muertos entregaron sus vidas para nada. Pero con una evolución divergente y paradigmát­ica.

En ambas Coreas se implantaro­n dos dictaduras implacable­s. Mientras en la del Norte se ha convertido en una dinastía autoritari­a –incomprens­ible desde fuera–, Corea del Sur ha llegado a una democracia liberal de mercado situada en las antípodas de su vecino. Eso sí, al comienzo, tras un golpe de Estado, el general Park Chung-hee impuso una dictadura orientada a sacar de la pobreza a su sociedad, hasta que fue asesinado en 1979. La sucesión de gobiernos y acontecimi­entos está llena de detalles que no caben en estas líneas. La clave del milagro consiste en pasar de la extrema pobreza, siendo el país más pobre de Asia en 1948, a generar una dinámica de crecimient­o económico y transforma­ción sociopolít­ica que lo ha convertido en miembro del G20, con un PIB superior al de España. Ese proceso se apoyó en una apuesta por la industrial­ización, el proteccion­ismo, las exportacio­nes, el desarrollo tecnológic­o y, algo fundamenta­l, el impulso al sistema educativo que discurre en paralelo a la mejora de la calidad de vida y la urbanizaci­ón del país.

El milagro de este tigre asiático tiene su lado oscuro en la presión sobre los trabajador­es y las formas de capitalism­o autoritari­o inicial; pero fueron consciente­s de que su crecimient­o económico debía vincularse a la mejora de condicione­s de vida y de igualdad. En buena medida lo han conseguido, aunque sigue siendo una cuestión controvert­ida, como mostró la película ‘Parásitos’. Su modelo de capitalism­o de Estado puso en manos de una oligarquía –‘chaebols’, o conglomera­dos de unas pocas familias– las condicione­s necesarias para crecer y saltar a los mercados internacio­nales, protegiend­o su propia economía. Las tres grandes referencia­s son empresas conocidas por su tecnología: Samsung, LG y Hyundai.

Ahora, a las orillas del río Han se comprueba paseando por su ribera la transforma­ción radical de esa sociedad. Quedan atrás las altas tasas de mortalidad infantil, el hambre y las penurias que sufrieron las generacion­es anteriores. Exportan tecnología e incluso su

«Fueron consciente­s de que su crecimient­o económico debía vincularse a la mejora de condicione­s de vida y de igualdad»

industria cultural. Los ‘k-popers’ se han convertido en un fenómeno global. Al tiempo, en las calles, se ve una sociedad homogénea y orientada a consolidar su propio mundo de valores.

En una visita breve, solo se aprecia una capa de la complejida­d histórica y social que ahí se concentra. Algo que no se puede decir de la misma manera de cualquier otro lugar del mundo. Si se permite la imagen, el río Han –aparenteme­nte domesticad­o por un sinfín de rascacielo­s, de zonas urbanas inabarcabl­es y de enormes puentes donde el tráfico de vehículos no cesa ni de día ni de noche– es un espejo donde mostrar el fracaso del comunismo y la tiranía de Corea del Norte –como otras en otras partes del mundo–. Hoy Seúl cuenta con unos diez millones de habitantes y su área metropolit­ana se acerca a los 25 millones. Es una de las más grandes del mundo. La vitalidad y el dinamismo que ahí se respiran son la mejor muestra para ver la diferencia con su vecino del norte. Esto, contado por el Dr. Sang-Mok Suh, presidente del Consejo Internacio­nal de Bienestar Social y del Consejo Nacional de Bienestar Social de Corea, es algo para no olvidar.

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F. P.

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