Heraldo de Aragón

Héctor Abad Faciolince «Ahora soy muy puntilloso con las cosas cardíacas»

El autor colombiano de ‘El olvido que seremos’ y ‘La Oculta’ (Premio Cálamo 2015) presentó ayer en Zaragoza ‘Salvo mi corazón, todo está bien’, su última novela

- PEDRO ZAPATER

Su nuevo libro, además de ritmo, podría decirse que tiene, pulso, latido…

Digamos que era algo que yo quería, que hubiera algo rítmico y algo musical, que hubiera incluso algo un poco coral en la novela, que aunque la voz del narrador sea una –la del personaje Aurelio Sánchez–, recogiera muchas otras voces, la del sacerdote Luis Córdoba y las de sus amigos, y que en esas voces se vaya reflejando la vida del protagonis­ta, la vida anterior, la vida sana, y la vida también de Córdoba cuando se enferma del corazón. Si a ratos pude conseguir que hubiera un ritmo cardíaco en la novela, es algo que me da mucha felicidad.

¿Cómo reaccionó cuando se vio obligado a interrumpi­r su escritura por un problema coronario?

No fueron las coronarias, sino un problema de válvulas. Es que ahora soy muy puntilloso con las cosas cardíacas (ríe). Antes de mi operación a corazón abierto, que no estaba planeada todavía al principio de la novela, quise terminar el primer borrador, por los riesgos que una intervenci­ón así conlleva, no muy altos, pero suficiente­s como para que por un trombo puedas quedar impedido o perder el lenguaje, el movimiento o hasta la vida. De hecho, también hice un testamento.

¿Tan mal se veía?

Soy muy exagerado y muy hipocondrí­aco. Le mandé el borrador de la novela a mi agente y le dije que si me pasaba algo, lo podía mandar a la editorial. Por suerte todo salió bien, pude terminar el libro y ya incluir en él mi propia experienci­a y todo lo que yo, como paciente obsesivo, pude investigar sobre este órgano. ¿Le ayudó a profundiza­r en el protagonis­ta, un sacerdote a la espera de un trasplante?

La novela tiene muchas partes casi médicas donde se describe el funcionami­ento del corazón, lo que ocurre con una insuficien­cia cardíaca, lo que es, lo que implica un trasplante de corazón. La pura trama narrativa, amorosa, de la trayectori­a vital del protagonis­ta está también entremezcl­ada con el corazón físico que sale una y otra vez en la novela, creo que de un modo muy natural por ser Córdoba un paciente con una insuficien­cia grave.

¿Qué papel jugó Fernando Trueba en esta novela?

Fernando había conocido las críticas de Luis Alberto Álvarez –el sacerdote y crítico de cine que inspira la novela–, que publicó dos libros en vida de sus críticas cinematogr­áficas. A Fernando le había encantado su manera de criticar, de comentar, de concebir el cine. Decía que era como el André Bazin colombiano, también porque había fundado una revista, ‘Kinetoscop­io’, de crítica cinematogr­áfica. Cuando le hablaba de la situación que da origen a la novela, este cura real que llega a vivir a una casa con dos mujeres y tres niños sin padre, a él le gustó y me animó mucho a seguir con su escritura.

¿Cómo ha trasplanta­do a la ficción a Álvarez, un cura bueno que predicaba cultura? Fue un trasplante fácil, digamos en lo que hay de real y de biografía, y de recuerdo de sus amigos. Había en todo lo que me contaban anécdotas siempre llenas de humanidad, de gracia, de humor en esta persona. Fue como cuando te trasplanta­n un hueso de la pierna para reconstrui­rte la mandíbula. No hay rechazo de ningún tipo. La ficción es ya más un trasplante heterogéne­o, donde se está más expuesto al rechazo de que la historia funcione bien, a que sea o no verosímil. El rechazo sería cuando se vuelve increíble, cuando el lector deja de creerme. ¿Por qué un ateo como usted decidió abordar esta historia? Efectivame­nte, no soy creyente. Pero es una novela dedicada a mi madre, que era huérfana y fue criada por dos tíos curas. Si iba a dedicársel­a, tenía que escoger unos curas que se parecieran a su recuerdo de paternidad, que eran esos sacerdotes buenos. Por eso creo que escogí al narrador, un tipo buena persona, y al protagonis­ta, un sacerdote que va a vivir con niños, pero a diferencia de la mayoría de los libros contemporá­neos, no les hace ningún daño, sino todo lo contrario. Les transmite cultura, juegos, felicidad, cine, música, y de hecho, los niños de la realidad, que también existieron, lo recuerdan así, como una fiesta, como una gran ocasión de crecimient­o con un padre sustituto.

El narrador, Aurelio Sánchez, es como un escudero, una suerte de Adso de Melk (‘El nombre de la rosa’)...

Me gusta mucho que haga esa comparació­n con el Adso de Umberto Eco, al que tanto admiro, o que sea como un Sancho Panza a quien las cosas le salen bastante mal, pero que en la amistad y en la admiración por el protagonis­ta se muestra cada vez más como una persona grande, que propicia y que saca lo mejor del otro sin cuestionar­lo, sin empequeñec­erlo, sin burlarse de él.

Afirma que ‘Salvo mi corazón, todo está bien’ no quiere demostrar nada.

No quiere demostrar nada, pero sí mostrar que hay personas muy vitales que incluso cuando se enfrentan al desafío más extremo de la vida, que es su amenaza directa por una enfermedad, lo encaran con tranquilid­ad, con alegría y con muchas ganas de renacimien­to. Es como si a pesar de que todos sepamos y olvidemos permanente­mente que nuestra vida va a terminar en una derrota, a pesar de que esta derrota parezca ser con claridad inminente, hay quienes son capaces de vivir esa última experienci­a sin convertirs­e en unos quejumbros­os, sino intentando siempre que el recuerdo que quede de ti sea un buen recuerdo.

Vivió mucho tiempo tratando de olvidar Colombia. ¿Sigue con ese pensamient­o?

La solución que he encontrado es vivir a caballo entre España y Colombia, tratando de sacar lo mejor de cada uno. De algún modo, me siento muy afortunado de poder entrar y salir libremente de los dos países con ambos pasaportes. Era la vida que yo quería y la tengo que aprovechar. Es una gran felicidad poder ser colombiano y español y, a ratos, sentir nostalgia de España cuando estoy en Colombia, y la nostalgia de Colombia cuando estoy en España. Eso es lo mejor. La lejanía produce las ganas de lo otro.

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FRANCISCO JIMÉNEZ El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, ayer, en la capital aragonesa.

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