Aburrimiento

Los críticos jóvenes, según veo en el documental sobre Carlos Boyero, se enfadan mucho con él porque se aloja en hotelazos carísimos y además es capaz de levantarse en medio de una película iraní, irse a dar una vuelta por Cannes y luego contarlo en el periódico con olímpica desfachatez. Yo, en cambio, le profeso una envidia visceral y definitiva. Hubiera dado medio brazo por vivir aquella época dorada del periodismo, cuando cada palabra impresa podía desencadenar una explosión nuclear. Los críticos jóvenes, con su encomiable prurito profesional, todavía no comprenden que a los cincuenta años uno descubre que ya no tiene tiempo para que le den el coñazo y eso abre de pronto unas posibilidades maravillosas, que incluyen darle mucho por saco al nuevo cine vietnamita, pongamos por caso.

Esto tiene también implicaciones políticas. Feijóo se ha propuesto llegar a la Moncloa por la vía del aburrimiento y de los jerseys grises de cuello vuelto, pero corre el peligro de que la carrera se nos haga demasiado larga y prefiramos el mambo de Sánchez, que lo mismo te aprueba la selección vasca de surf que aparece en Instagram viajando en el Falcón con las rayban de rapero pillador. Feijóo, en cambio, es un Rajoy sin retranca ni jerigonzas verbales que va por la vida como dando el pésame en los tanatorios, así que espero que a nadie se le esté ocurriendo grabar una película sobre su camino a la Moncloa. Podría ganar la Palma de Oro, probablemente ex aequo con algún filme tailandés, pero seguro que Boyero y yo abandonábamos la sala a mitad de proyección.