Heraldo de Aragón

Sender y Milagros Guerrero

- JOSÉ LUIS MELERO

Hace ahora veinte años que dimos cuenta de esta historia. Hablando una tarde con el pintor Jorge Gay, la charla derivó hacia Sender, de quien se había cumplido por entonces el centenario de su nacimiento. En un momento determinad­o Jorge comentó, como de pasada, que su abuela materna, Milagros Guerrero, salía retratada en ‘Crónica del Alba’, una de las más grandes novelas del aragonés. Ninguno de los que estábamos allí conocíamos ese detalle. Sabíamos que Jorge había tenido un abuelo de relumbrón, Andrés Gay, que firmó muchos de sus artículos como ‘Juan Palomo’, destacado periodista y revistero taurino de HERALDO DE ARAGÓN que el marqués de la Cadena incluyó en su cotizadísi­mo inventario de aragoneses que han escrito sobre toros, pero desconocía­mos que también una de sus abuelas hubiera tenido el suficiente protagonis­mo para que Sender la inmortaliz­ara en uno de sus libros más célebres y valorados.

Le pedimos, claro, que nos explicara aquello mejor, y fue entonces cuando Jorge nos contó que su abuela Milagros era hija del registrado­r de la propiedad de Alcañiz, Emilio Guerrero Torres, y que Sender la había conocido cuando vivió en la ciudad bajoaragon­esa y trabajó de mancebo de botica en la farmacia de don Alberto López, en la calle de Alejandre.

Al escribir sobre esos años en ‘Crónica del Alba’ nuestro escritor recordó a Milagros y la evocó en uno de los capítulos de ‘Los niveles del existir’, la sexta de las narracione­s de la novela: «A aquella muchacha de cabello castaño claro, estatura media y ojos grises y anchos la llamaba mi patrón ‘la guerrera’... Ella era muy hermosa y el farmacéuti­co decía que quería atraparlo y casarse con él» y que, aunque no saliera al balcón, le observaba desde «detrás de la persiana».

Sin embargo, Sender pensaba exactament­e lo contrario y creía que la razón por la que Milagros Guerrero le espiaba era «para no coincidir con él, pues se había dado cuenta de sus ridículas aprensione­s». Sender anduvo enamorisca­do de la muchacha y una de las frases que le dedica en la novela parece confirmarl­o: «Cuando veía a la Guerrero (o a ‘la guerrera’ como decía el boticario haciendo un juego de palabras inocente) sólo me faltaba relinchar y que ella me perdone si ve estas líneas algún día, pero no podía evitar mi inclinació­n apasionada, tantos y tan apelativos eran sus encantos, aunque ella se condujera de un modo discreto y recatado y absolutame­nte honesto».

Jorge Gay también nos contó que a la muerte de su abuela Milagros (que tuvo lugar en Zaragoza el 22 de octubre de 1969, por lo que no llegó a ver el regreso de Sender a nuestra ciudad), el hijo de ésta, Emilio Molins, prestigios­o magistrado cuyas sentencias llegó a alabar Fernando Lázaro Carreter en ‘El dardo en la palabra’ por el excelente castellano en ellas utilizado, escribió a Sender a Estados Unidos dándole cuenta del triste suceso, y que éste le envió una carta evocando a Milagros.

En esa carta, que publicamos en la revista ‘Rolde’, fechada en Los Ángeles el 29 de junio de 1970, el novelista de Chalamera aseguraba que recordaría siempre a Milagros «como un modelo de belleza clásica y serena, que inspiraba a un tiempo amor y reverencia». Fue un hermoso epitafio para ‘la guerrera’.

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ARCHIVO HA Ramón J. Sender.

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