Sender y Milagros Guerrero
Hace ahora veinte años que dimos cuenta de esta historia. Hablando una tarde con el pintor Jorge Gay, la charla derivó hacia Sender, de quien se había cumplido por entonces el centenario de su nacimiento. En un momento determinado Jorge comentó, como de pasada, que su abuela materna, Milagros Guerrero, salía retratada en ‘Crónica del Alba’, una de las más grandes novelas del aragonés. Ninguno de los que estábamos allí conocíamos ese detalle. Sabíamos que Jorge había tenido un abuelo de relumbrón, Andrés Gay, que firmó muchos de sus artículos como ‘Juan Palomo’, destacado periodista y revistero taurino de HERALDO DE ARAGÓN que el marqués de la Cadena incluyó en su cotizadísimo inventario de aragoneses que han escrito sobre toros, pero desconocíamos que también una de sus abuelas hubiera tenido el suficiente protagonismo para que Sender la inmortalizara en uno de sus libros más célebres y valorados.
Le pedimos, claro, que nos explicara aquello mejor, y fue entonces cuando Jorge nos contó que su abuela Milagros era hija del registrador de la propiedad de Alcañiz, Emilio Guerrero Torres, y que Sender la había conocido cuando vivió en la ciudad bajoaragonesa y trabajó de mancebo de botica en la farmacia de don Alberto López, en la calle de Alejandre.
Al escribir sobre esos años en ‘Crónica del Alba’ nuestro escritor recordó a Milagros y la evocó en uno de los capítulos de ‘Los niveles del existir’, la sexta de las narraciones de la novela: «A aquella muchacha de cabello castaño claro, estatura media y ojos grises y anchos la llamaba mi patrón ‘la guerrera’... Ella era muy hermosa y el farmacéutico decía que quería atraparlo y casarse con él» y que, aunque no saliera al balcón, le observaba desde «detrás de la persiana».
Sin embargo, Sender pensaba exactamente lo contrario y creía que la razón por la que Milagros Guerrero le espiaba era «para no coincidir con él, pues se había dado cuenta de sus ridículas aprensiones». Sender anduvo enamoriscado de la muchacha y una de las frases que le dedica en la novela parece confirmarlo: «Cuando veía a la Guerrero (o a ‘la guerrera’ como decía el boticario haciendo un juego de palabras inocente) sólo me faltaba relinchar y que ella me perdone si ve estas líneas algún día, pero no podía evitar mi inclinación apasionada, tantos y tan apelativos eran sus encantos, aunque ella se condujera de un modo discreto y recatado y absolutamente honesto».
Jorge Gay también nos contó que a la muerte de su abuela Milagros (que tuvo lugar en Zaragoza el 22 de octubre de 1969, por lo que no llegó a ver el regreso de Sender a nuestra ciudad), el hijo de ésta, Emilio Molins, prestigioso magistrado cuyas sentencias llegó a alabar Fernando Lázaro Carreter en ‘El dardo en la palabra’ por el excelente castellano en ellas utilizado, escribió a Sender a Estados Unidos dándole cuenta del triste suceso, y que éste le envió una carta evocando a Milagros.
En esa carta, que publicamos en la revista ‘Rolde’, fechada en Los Ángeles el 29 de junio de 1970, el novelista de Chalamera aseguraba que recordaría siempre a Milagros «como un modelo de belleza clásica y serena, que inspiraba a un tiempo amor y reverencia». Fue un hermoso epitafio para ‘la guerrera’.