Lara Moreno, cartografía de la violencia
LA ESCRITORA SEVILLANA ARTICULA EN SU NUEVA NOVELA UN TRATADO ACERCA DE LAS MÚLTIPLES FORMAS DE AGRESIÓN EN LA SOCIEDAD
Tres mujeres coinciden en un edificio en la plaza de la Paja, en el madrileño barrio de La Latina: Oliva, española, maquetadora ‘freelance’, vive con su hija de siete años; Damaris, colombiana, trabaja en el servicio doméstico para enviar dinero a sus hijos; y Horía, marroquí que llegó al sur a trabajar como temporera en la recogida de la fresa. Las tres se cruzan en la escalera, pero habitan en universos absolutamente lejanos. Quizá por eso ni siquiera se miran a los ojos cuando se encuentran. Tampoco las miran los vecinos «de toda la vida» –propietarios con pisos exteriores, amplios y luminosos–, si no es porque les molestan o porque necesitan que los sirvan.
‘La ciudad’ es un tratado acerca de las múltiples formas de violencia que conviven en la sociedad, asumidas como algo inevitable y que resultan invisibles para quienes no se detienen a mirar. Oliva sufre la violencia psicológica de su pareja, en su relación reconocemos las características del maltrato: la incredulidad inicial, la anulación de la autoestima, el aislamiento, la culpa, la negación, la justificación del comportamiento del agresor…
Poco a poco vemos como Oliva, que tarda mucho tiempo en sentirse maltratada, se adentra en la oscuridad mientras sufre la vergüenza de ser juzgada por sus vecinos, que molestos por los gritos y los portazos –pero no preocupados por lo que pueda pasarle– les llaman la atención. Su silencio y su inacción es otra forma de violencia.
Damaris sufre la violencia entre clases sociales. Sus patrones, un matrimonio moderno con dos niños a los que cuida, disponen de ella como de cualquier objeto de su propiedad. Damaris tampoco es consciente de estar siendo maltratada: siente que ha tenido mucha suerte con esos jefes tan buenos que la llevan con ellos el fin de semana o que le pagan el taxi de vuelta cuando le piden que se quede hasta la madrugada, aunque intuye que no podría decirles que no. A esa violencia de clase, Horía –quizá la más consciente de las tres de lo miserable que es su vida, también la más vulnerable–, suma la violencia hacia los más débiles, quienes han dejado todo atrás para buscar una vida digna. Ha logrado escapar del abuso laboral, el sometimiento y la explotación que sufrió en el campo de fresas y ha perdido muchas cosas por el camino. Aun así, no deja de reconocer lo afortunada que ha sido al encontrar un lugar para vivir, en un chiscón en los límites de la habitabilidad, sí, pero al menos aquí no está esclavizada («dime tú si no prefieres limpiar mierda de viejo que destrozarte el cuerpo en la cosecha», la felicita su amiga). Por último, también está presente la violencia que ejerce la propia ciudad, que expulsa a sus habitantes cada vez más afuera si no pueden pagar sumas que se multiplican cada año. Madrid es un personaje más de la novela, que otorga un lugar concreto en la escalera social en función de dónde pueden permitirse vivir sus personajes.
Lara Moreno (Sevilla, 1978) retrata a estas tres mujeres con sensibilidad, pero sin sensiblería, las describe de forma contenida y sin recrearse en el infortunio. No comete el error del exceso, de querer subrayar demasiado el dolor y el abuso que sufren. No hace falta, sus vidas sin adornos son suficientemente elocuentes. Con un lenguaje bello y cuidado, la autora juega con los ritmos para tener al lector en vilo y lo consigue: logra contagiarnos del miedo que sienten Oliva, Damaris y Horía, que suframos con ellas y sintamos su angustia al darnos cuenta de que la única libertad que tienen es la de elegir entre distintos niveles de humillación.