Los arcanos secretos de la naturaleza
El bosque de Tragopogon
Nacho Arantegui. Caja Rural de Aragón. Hasta el 16 de junio.
En los años setenta se produce la aparición de un grupo de artistas que tienen una nueva manera de observar el paisaje en concordancia con lo que está sucediendo en el arte internacional. Hay un cambio sustancial a la hora de acercarse a la naturaleza, revisando y renovando los ámbitos tradicionales. Estableciendo vínculos entre el trabajo del artista y el medio natural.
En los años ochenta se acrecientan las intervenciones artísticas en espacios naturales semiurbanos o rurales influenciados por dos corrientes ya existentes la década anterior como es el conceptualismo y el ‘land art’. Intervenciones en algunos casos efímeras que los artistas registran por medio de fotografías y vídeos. Dentro de esta filosofía se inscribe el trabajo de Nacho Arantegui (Zaragoza, 1970), tanto en sus producciones personales como las que realiza a través de la Asociación Trarutan, dentro de espacios naturales. Desde hace casi quince años ha diseñado y dirigido proyectos en los que desarrolla su capacidad creativa junto con un equipo multidisciplinar –en el que tienen cabida la música, la palabra, la danza, el arte–, dando lugar a experiencias sensoriales únicas, siempre relacionadas con el territorio. Este ha sido el caso por ejemplo de ‘Inmioceno en las minas de sal de Remolinos’, ‘El embrujo de las hayas’ en Tramacastilla de Tena o la ‘Fantasía de la alameda’ en Utebo, entre otras. A través de estas sesiones el autor hace que se produzca una cambiante noción del paisaje, creando una narración mágica entre arte y naturaleza, muy en la línea de otras actuaciones a nivel internacional.
Nacho Arantegui es pensamiento, pero también ejecución. Sus obras parten de la propia naturaleza, con cuyos materiales da forma a nuevas estructuras que emergen como formulaciones orgánicas escultóricas. En esta exposición las dimensiones de las propias salas han hecho que haya creado un proyecto mas íntimo y personal. Oscuro y puntualmente luminoso con la aplicación de la luz ultravioleta que ya había utilizado en otras instalaciones como ‘Populuz’ o ‘Ultraviolet’. Un efecto que produce una particular intimidad, como si a través de las cinco cúpulas de vidrio y los ocho cajones con espejos, se pudiera descubrir que hay mas allá de la visible constancia de los elementos naturales. La luz siempre ha sido un factor importante a la hora de concebir su trabajo para conferirle una dimensión distinta a la aparente. En esta ocasión nos presenta un estudio donde el tratamiento de la luminiscencia adquiere un valor de arcano, de atávico secreto.
El título de la exposición ‘El bosque de Tragopogon’, responde a una obra que constituye un paisaje construido con distintas variedades de plantas naturales previamente tratadas como romero seco, musgo, araucaria, cardo, helecho, vilano de chopo, barro, piedras yesosas o minerales como halita de mina de sal, así como pigmentos luminiscentes que producen un efecto enigmático de tracción visual favorecido por el efecto ultravioleta.
Una pieza que confiere contenido a un mundo de fantasmagoría, de ilusión y da entrada a una perspectiva ilusionista que altera los sentidos del mundo vegetal. Una perspectiva distinta a un campo de ilusiones y experimentación que fundamenta el trabajo de Nacho Arantegui.