Libre, igual, directo y secreto
En campaña cada elector suele convivir con un sociólogo dentro de su cuerpo y cada candidato, al menos, con dos. De manera súbita, el personal se sumerge en la ficha técnica de las encuestas, atiende el margen de error, valora el número de encuestados, gestiona sus percepciones y, casi por sistema, pone en solfa lo que dice Tezanos.
En un mundo aprisionado por el dato, los sondeos electorales proporcionan el condimento perfecto para convertir nuestro espacio abierto de convivencia en la Atenas de Pericles, al menos en teoría.
En la práctica, parte de esos mismos electores huyen de debates que consideran superados, se manifiestan escépticos ante promesas millonarias, atienden con desconfianza algunos compromisos de los candidatos, rechazan el ruido innecesario y las polémicas artificiales y abren una peligrosa grieta entre el futuro administrador y el administrado. Eso no significa en ningún caso un desprecio hacia el valor del voto en democracia ni mucho menos el cuestionamiento del propio sistema. Los lamentables espectáculos sobre el voto por correo en los últimos días acrecientan si cabe todavía más el valor supremo del derecho constitucional al sufragio libre, igual, directo y secreto.
Ese libre ejercicio democrático del voto es al que hoy están llamados más de un millón de electores aragoneses para renovar las principales instituciones de la Comunidad. En sus manos se deposita un futuro que siempre será apasionante, con independencia del resultado y del partido ganador. Y es esa filosofía la que debe