Jornada electoral, un día de intenso trabajo
En otros tiempos cuando llegaba el momento de votar siempre había alguien que desempolvaba el tópico y decía que ese día era ‘la fiesta de la democracia’. Hoy esa expresión, además de estar manida, suena demasiado cursi y, por añadidura, me parece que encaja peor que regular con el ánimo que en general llevan los electores a las urnas. La gente va a votar con responsabilidad, con indignación, con la nariz tapada, dicen muchos, con hastío, con escepticismo, en el mejor de los casos con un poco de esperanza, pero sin demasiadas ilusiones y sin ningún sentido lúdico. Los ciudadanos, a estas alturas, estamos ya muy escaldados y muy escamados con todo lo que tiene que ver con la política como para tomarnos el día de las votaciones como una fiesta. Y es comprensible. Lo que no quita para que la mayoría, me parece, reconozcamos la importancia y la trascendencia de este acto central de la democracia que es el voto, defendiendo por supuesto nuestro derecho a participar.
No está de más recordar hoy, de cualquier manera, que para muchas personas la jornada electoral no solo no va a ser un día de fiesta, sino que será un día de intenso trabajo. Mientras el común de la gente dedicamos un rato a ir a votar, el que lo haga, y luego seguimos con nuestras actividades como cualquier otro domingo, varios cientos de miles de conciudadanos estarán trabajando para organizar, facilitar, verificar y garantizar el desarrollo de las elecciones en todas sus fases y en todos sus aspectos. Entre ellos hay que contar a casi cien mil agentes de los diversos cuerpos policiales, estatales, autonómicos y locales, que se encargarán de que podamos votar en paz y en libertad, y a decenas de miles de funcionarios –solo en Aragón, 1.320–, desde secretarios municipales hasta jueces, cuya labor es también fundamental en la compleja logística de unos comicios a los que pueden concurrir más de treinta y cinco millones