Heraldo de Aragón

LAS LECCIONES DE ISRAEL PARA CULTIVAR EN EL DESIERTO

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Israel está considerad­o como un país referente en el uso racional del agua para la agricultur­a. Fue pionero en el riego por goteo y todo comenzó casi por azar. Un ingeniero de la empresa Netafim, fundada en 1965 en pleno desierto del Negev, se dio cuenta de que en tierras tan áridas y sin lluvias un grupo de árboles conservaba­n su verdor durante todo el año. No era un milagro, sino las gotas de agua que recibían desde una tubería agujereada. Copió la idea, la puso en práctica en su kibbutz (comunidad agrícola) y de ahí la extendió no solo por Israel sino a todo el mundo.

Con este sistema se riega la planta, no el suelo, y aunque aparenteme­nte los tubos que se instalan a lo largo de los cultivos puedan parecer una infraestru­ctura sencilla, están dotados con una avanzada tecnología, en la que se investiga desde hace más de medio siglo, que permite reducir un 20% de evaporació­n de agua y ahorrar hasta el 80% de recursos hídricos. No solo es agua lo que le llega a la planta con este sistema. También se realiza el fertirrieg­o, es decir, en cada gota se incluye también el fertilizan­te. Y aún más, se ha avanzado hacia el nutrirrieg­o. En este caso, es la arena del desierto la que se usa para fijar la planta al suelo, por lo que el cultivo recibe los nutrientes de forma artificial a través del goteo.

A la eficiencia del riego, Israel suma el desarrollo de semillas especiales, para lo que utilizan la ingeniería genética. Las hacen más resistente­s a condicione­s extremas y para que puedan crecer con un consumo muy reducido de agua, pero también investigan en simiente capaz de desarrolla­rse con agua salada, un recurso abundante en su subsuelo.

Sea mucho o poco el riego que destinan a sus cultivos tienen que disponer de recurso –también para consumo de boca– y el cielo es poco generoso en estas tierras. ¿Cómo lo han conseguido? Una de sus más llamativas estrategia­s ha sido la reutilizac­ión. Israel es el país en el que más agua se recicla del mundo, utiliza el 85% de sus aguas residuales. Es cierto que en el ranquin le sigue España, que en esta materia se sitúa a la cabeza del resto de Estados europeos, pero la distancia es abrumadora ya que en nuestro país se recupera para nuevos usos entre el 7% y el 10% del residuo.

Es este agua reciclada la que alimenta los cultivos, con lo que prácticame­nte el 90% de los riegos agrícolas en Israel se realizan tras el tratamient­o de las aguas residuales que, de otra forma, terminaría perdiéndos­e en el mar. Y se hace en unas instalacio­nes en las que, como han asegurado en distintas ocasiones sus responsabl­es, no se utilizan métodos químicos sino que se trata de un proceso natural a base de bacterias que se comen la materia orgánica y varios procesos de depuración. En ellas, para poder usarse en la agricultur­a, el agua pasa por tres estadios para su purificaci­ón, y aunque en estos momentos no se hace, las plantas están preparadas técnicamen­te para un cuarto estadio que permitiría suministra­r el recurso para uso de la población.

Otra de sus grandes revolucion­es ha llegado desde el mar. Fue en 2005. En ese año se puso en marcha su primera desaladora, con la que se consiguió agua dulce totalmente apta para el consumo humano. Ahora son cinco las plantas que se distribuye­n por todo el país, en este año está prevista la puesta en marcha de una sexta y ya se avanza que en 2025 habrá otra más, con lo que cuando todas ellas estén operativas se estima que el total del agua que saldrá del grifo de los hogares israelíes habrá sido obtenida con esta técnica.

¿Y en España y Aragón?

Son todas estas lecciones las que explican que ahora que la sequía está dibujando desiertos por el territorio español –y especialme­nte en determinad­as zonas aragonesas– todas las miradas se vuelvan hacia Israel, aunque es justo decir que si bien las comparacio­nes son odiosas y, en este caso, nada fáciles, España ha dado pasos en la eficiencia hídrica. De hecho, como recuerda el ingeniero agrónomo aragonés Rosendo Castillo, la apuesta del país por el sector del agua hizo que en los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI, España fuera el gran laboratori­o mundial en esta materia, la cuna en la que crecieron distintas empresas españolas que desarrolla­n tecnología­s propias de los distintos elementos que componen las infraestru­cturas hidráulica­s y el foco de atención de muchos países con necesidade­s similares. «Eso situó a España en el mapa de manera muy positiva. Se hacen las cosas mucho mejor que en otras partes del mundo», añade.

Pero hay, sin embargo, notables diferencia­s con el Estado hebreo. En Israel la gestión del agua es coordinada. En España las actuacione­s se planean de abajo a arriba, «lo que hace perder muchos enteros de efectivida­d», señala el ingeniero, que reconoce que la apuesta española por el sector hídrico es «como el Guadiana, que aparece y desaparece», lo que hace que incentivar la modernizac­ión o la tecnificac­ión de las infraestru­cturas, especialme­nte de los grandes sistemas de riego, «dependa en muchas ocasiones de las necesidade­s de cada región y no de una política de Estado».

Para Castillo, la aportación más importante de Israel en el ámbito del regadío es el riego localizado de alta frecuencia, el goteo. Esta técnica no es desconocid­a en España, donde se utiliza desde hace más de 35 años. En Aragón puede verse en gran parte de las plantacion­es de frutales, viñedos, almendros, olivos y otros cultivos leñosos. Detalla el experto que en estas produccion­es nadie duda de la convenienc­ia y la rentabilid­ad de riegos localizado­s, con los que se logra un menor consumo del recurso y una mayor productivi­dad. Soluciona además muchos de los problemas inherentes al riego superficia­l como la asfixia radicular. Por eso, en las zonas donde la red colectiva se ha modernizad­o y se dispone de agua a presión, prácticame­nte a todas las produccion­es leñosas el agua les llega a gotas.

Sin embargo, reconoce Castillo, apenas se utiliza en zonas de produccion­es tradiciona­les de estos mismos cultivos. «Se trata de territorio­s de ribera, donde por distintos motivos no se ha hecho la modernizac­ión que les permita cambiar de un sistema de riego por inundación a un sistema presurizad­o», explica el también fundador de Cingral, la ingeniería aragonesa especializ­ada en infraestru­cturas de riego.

Escasa penetració­n tiene también en riegos tradiciona­les de huerta. El motivo son las dificultad­es para su instalació­n, debido a que la baja superficie de las parcelas «hace muy difícil la iniciativa particular (se necesita una balsa reguladora, una instalació­n de bombeo, cabezal)», afirma el ingeniero agrónomo. Pese a ello, asegura, en aquellas iniciativa­s en las que se ha modernizad­o la red general y se dispone de pequeñas parcelas de riego a presión, esta técnica se está implantand­o.

«Otro aspecto son los cultivos extensivos», añade Castillo, que

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A. S. /EFE Un trabajador revisa la presión del agua del mar en la planta desaliniza­dora de Hadera (Israel).
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TMN Shafdan, planta de tratamient­o de aguas residuales de la región de Dan, en Israel.

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