Las dos colas del diablo
Artes adivinatorias, nigromancia, geomancia, quiromancia, piromancia, ensalmos, conjuros y hechicerías son cosa del diablo; con independencia de que se utilicen para atraer bienes o para alejar males. Eso se esforzó en pregonar un darocense que en el siglo XVI alcanzó fama en Europa y cuyas obras científicas se leyeron en todo el continente: Pedro Sánchez Ciruelo.
Nacido hacia 1470 en el seno de una familia acomodada, fue un sabio de su tiempo, apasionado por las mil disciplinas en que se formó y experto en casi todas ellas: aritmética, geometría, perspectiva, matemáticas... (que estudió en la esplendorosa Salamanca), filosofía y teología... (ramas de las que se empapó en París), sin descuidar nunca sus conocimientos en astronomía, música, medicina, historia...
En torno a 1530 publicó un librico –algo cándido– que pretendía lo que su título indicaba, la ‘Reprobación de las Supersticiones y Hechicerías’. En él condena los numerosos medios utilizados por los malvados para invocar la presencia y ayuda de Satanás.
Al parecer, el de Daroca coincidió cierta vez con un demonio, de nombre Avito, cuando ambos viajaban hacia Alba de Tormes. Compartieron el suficiente camino como para poder hablar de tintas invisibles, del poder mágico de la mandrágora y de la supuesta capacidad de los luciferes para camuflar en las casas un ojo «memorable y memorante» que registra todo lo que ocurre en ellas, por lo que ese todo puede ser conocido cuando un representante del mal lo recupera y se lo inserta en el hueco del glóbulo ocular izquierdo.
De este encuentro casual me entero por un artículo que firmó en el ‘Faro de Vigo’, en 1962, el simpar periodista Álvaro Cunqueiro, a quien leo: «Le sorprendió mucho al maestro Ciruelo que Avito no quisiese apearse de su mula para conversar, y era la del demonio una mula de mucha alzada, y siendo Ciruelo pequeño la conversación se hacía a gritos. Cuando terminó la conversación, se despidieron Ciruelo y Avito y quedó el maestro (...) viendo marchar al satánida, y vio con asombro que la mula de Avito tenía dos colas, meneado una hacia la derecha y otra hacia la izquierda. Quedó Ciruelo extrañado, y decidió averiguar lo que había en el caso, le gritó a Avito que algo se olvidaba; detuvo su mula el demonio y esperó a que llegase a él Ciruelo».
La sorpresa del viajero aragonés fue mayúscula al comprobar que un rabo pertenecía al animal y el otro al mismísimo diablo, que no podía camuflar del todo por lo muy largo que era.