Rebecca West, la rosa del mundo
NARRATIVA ANGLOSAJONA narrativo. Escribe con un entusiasmo maníaco, le brotan las frases con un preciosismo torrencial. Uno duda a cada página si está leyendo un original o una traducción, fenómeno insólito, porque sin darnos cuenta, nos damos de bruces con una calidad de idioma digna de un virtuoso. Cito de memoria: cuando Diocleciano llegó a Roma, la rosa del mundo estaba marchita. Es prosa modernista digna de las ‘Sonatas’ de ValleInclán. En no pocas páginas, sentimos el terror dormido de los estandartes turcos del Sitio de Viena, flagelados a rachas por el viento despiadado de la historia.
Cuando hace un siglo visité Viena, me conmovió la sala Velázquez del Museo de Viena. En el XVIII hubo una emperatriz vienesa llamada Teresa, y hubo Fernandos a espuertas, durante cuatro siglos, nietos del monarca de Sos y de El Frasno. Ese mundo se desmoronó en Sarajevo. De sus ruinas brotaron tres monstruos, Mussolini, Stalin y Hitler. Rebecca West cuenta ese colofón del Imperio de Viena con una precisión sádica. Quizá olía la sangre que iba a correr por toda Europa, incluso por las calles de Londres. No sé si Tácito, el Virgilio de los historiadores, podría aleccionar a doña Rebecca en el arte de presagiar la última guerra universal que ha sufrido el mundo. El humor autoirónico de RW no se apiada ni de ella misma, cuando era una Lolita de Hyde Park: estaba muy ocupada siendo idiota a tiempo completo, ‘full time’.
Inglaterra ha dado grandes escritoras, Jane Austen, Charlotte Brönte, Mary Shelley, George Eliot, Virginia Woolf, pero acaso Rebecca West no les va a la zaga. El cliché de guapa y tonta, a lo Marilyn Monroe, no le cuadra en absoluto a RW, guapa a rabiar y de una inteligencia diabólica. Su nombre de guerra como escritora era un misil teatral de Ibsen, Rebecca West es el nombre de una heroína fatal en una tragedia feminista –Romersholm– donde se suicida hasta el apuntador. Su biografía de vampiresa tardovictoriana dejó un reguero de machos alfa reventados, Chaplin, Bernard Shaw, Wells. Estoy exagerando, claro.
Bernard Shaw sentenció: «Su prosa es tan brillante como la mía, pero la suya le abre a uno en canal». Su ingenio fulminante recuerda a nuestro Gracián. De día somos astrónomos, de noche astrólogos. De día científicos, de noche charlatanes. A priori sabios, a posteriori necios. Sus aforismos no hacen prisioneros. Los hombres están chiflados y las mujeres son bobas. «Men are lunatics and women are idiots». Conversar es una ilusión, no existen sino monólogos paralelos.
¿Qué será de Redonda? La isla es una esquirla de Alcatraz en el Caribe, pero su biblioteca perdurará en sus preciosos libros. El trono sigue vacío. Magris, Southworth, Savater, son el mejor espejo de Redonda. La Europa ilustrada con la que siempre soñó Javier Marías.