Heraldo de Aragón

Su majestad Michael Palin

- Pablo Ferrer

Tras una vida entera abonado al delirio de los Monty Python, que entiendo como la mejor manera de encarar las miserias de la vida, he caído en la tentación de elegir a mi favorito de la ‘troupe’. Soy de los que tienen a Harrison como ‘beatle’ preferido y admiraban a Garrincha sobre el gran Pelé, así que resulta casi lógico elegir a Michael Palin antes que al genio Cleese... que también, pero favorito es uno. El gag entre ambos del ‘Argument Clinic’ (la consulta de las discusione­s) está en lo más alto de la historia del humor: un lugar donde se paga por mantener discusione­s breves generadas por una chispa de discrepanc­ia, que desemboca en ferocidad: como en el Congreso de los Diputados, pero con la gracia que les falta a la práctica totalidad de sus señorías. Palin y Cleese formaron con Gilliam, Idle, Jones y Chapman un equipo imbatible. En cierta ocasión se hallaban abatidos (abatimient­o del malo) por la falta de vil metal para sacar adelante cierta ilusión fílmica llamada ‘La vida de Brian’, y el mentado George Harrison la financió. Curiosa coincidenc­ia de sensibilid­ades. O no tan curiosa.

Palin siempre fue el contrapunt­o ideal, el rizo del rizo en cada trama. Mi admiración por él creció aún más al toparme con su programa televisivo de viajes, centrado en lugares remotos con historias de las que hacen pensar, donde pasaron cosas truculenta­s que, como las bombas de Netanyahu sobre niños gazatíes, nos aterran sin quitarnos del todo el hambre, por aquello de que están lejos y somatizar cada desgracia ajena sería insoportab­le. Triste y cierto al mismo tiempo: qué pena. El octogenari­o Palin lleva toda la vida haciéndono­s reír, pero también comprendió la relevancia del llanto y la denuncia de la injusticia.

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