Abrazos y lágrimas en la llegada al aeropuerto de Zaragoza de los heridos del autobús de Mallorca
Solo dos de los jubilados aragoneses que viajaban en el autocar se han quedado hospitalizados en la capital balear La Delegación del Gobierno en Aragón está en contacto con las familias de los lesionados
ZARAGOZA. Ya están en casa. Con algún brazo en cabestrillo, costillas rotas y vendajes, pero con un indisimulable gesto de felicidad en el rostro. Así llegó ayer al aeropuerto de Zaragoza desde Mallorca la veintena de jubilados aragoneses que el lunes se llevaron el susto de sus vidas al ver cómo el autobús del Imserso en el que viajaban a conocer las cuevas de Arta se salía de la carretera, se precipitaba por una pendiente y acababa volcando junto a la cuneta. Aunque se levantaron en torno a las 4.00, no fue hasta pasadas las 9.20 cuando cruzaron por fin el portón de salidas de la terminal de Garrapinillos. En ese momento, al reencontrarse con sus familias, los nervios y la emoción contenidos durante estos días se desbordó.
«Ha sido una experiencia muy dura, pero tenemos que dar gracias porque podemos contarlo». Así de vehemente se mostró Agripino tras abrazarse con su hija Eva. «Reconozco que en el momento del accidente fui capaz de mantener la serenidad y ayudar a mi mujer y a otros pasajeros. Lo peor vino después, cuando los nervios me pasaron factura y empecé a ser verdaderamente consciente de lo que había ocurrido», explicó. Como única ‘herida de guerra’, la incisión que le causó detrás de la oreja izquierda la varilla de las gafas.
Antes de que el avión aterrizara, la hija de Agripino explicó que fueron sus padres quienes le llamaron «enseguida» por teléfono para tranquilizarla. «Me dijeron que estaban bien, que no me preocupara», pero, como es normal, fue al verlos y abrazarse con ellos cuando por fin respiró aliviada. «Mi padre me había preguntado si los invitaría a comer, le encanta la crema de espinacas», recordó, esbozando una sonrisa.
Costillas rotas, pero feliz to fue Paulino, quien cruzó la puerta en silla de ruedas y con un brazo en cabestrillo. Sin embargo, su estado no es grave y enseguida se puso en pie y empezó a despedirse efusivamente de varios de sus compañeros, entre ellos Ángel y Pilar, quienes por suerte salieron ilesos del siniestro. «Hemos vuelto a nacer. Porque el momento en que el autocar patinó sobre la gravilla de la cuneta y se puso a dos ruedas sobre un lateral fue horrible», recordó el primero. «Si no llega a ser por los cinturones de seguridad, no sé que habría pasado –añadió–, porque muchos pasajeros se quedaron colgando de los asientos. De hecho, nosotros liberamos a varios. A los que vimos más delicados, los tranquilizamos y esperamos a que llegaran las asistencias». Y lo cierto es que, cuando lo hicieron, más de una treintena de los 52 viajeros estaban ya fuera del vehículo.
Solo dos de los jubilados aragoneses que viajaban en el autocar se han quedado hospitalizados en Mallorca. Se trata de los heridos más graves, la mujer de Zaragoza a la que se trasladó en helicóptero y que presentaría varias fracturas en la pelvis. Y un vecino de Daroca que tendrá que pasar por el quirófano, ya que sufrió lesiones importantes en los hombros.
En cuanto a las causas que proque viajaban en el autobús todavía no se han pronunciado sobre si constituirán o no una plataforma de afectados por el accidente de Mallorca, herramienta que podría facilitarles en un futuro posibles interlocuciones o reclamaciones. vocaron el vuelco, la Guardia Civil sigue investigando. Pilar, otra de las pasajeras, explicó el momento en el que cambiaron de carretera. «La autovía por la que circulábamos estaba saturada y el chófer cogió una secundaria. Y al llegar a una curva, que no era demasiado cerrada, fue cuando nos fuimos hacia un lado. Al volcar, yo perdí un poco la consciencia, pero tuve suerte y no tengo más que alguna magulladura», relató.
La que también sufrió algunos cortes en la cara fue María Ángeles, otra jubilada de Las Fuentes. Ella iba sentada junto a la ventanilla al lado de su esposo. Al volcar, el autocar quedó apoyado sobre el lateral en el que ellos viajaban y costó algo más sacarlos. «Él está perfecto. Es más, fue quien nos llamó para tranquilizarnos. Mi hermana está algo más delicada, pero parece que nada grave», señaló Pedro mientras aguardaba el aterrizaje. «Están acostumbrados a viajar mucho y no querían que viniese a buscarlos. Pero ¿cómo no voy a venir?», contó algo emocionado. Y lo cierto es que al verlos cruzar por la puerta, la alegría fue enorme.