Heraldo de Aragón

Con qué rima autoría

- Marta San Miguel

Los acordes empezaron a sonar de fondo y enseguida recordé por qué grababa tan a menudo esa canción en las cintas de casete. Había algo en su ritmo, en la agilidad de las voces y en la entrada del estribillo que provocaba una emoción inevitable. La letra era en inglés, de esas que contraen tanto las sílabas que, en vez de cantarla, la tarareaba en un ‘espanglish’ masticado para imitar el sonido de las frases.

No sé si fue porque había pasado mucho tiempo, pero cuando volví a escuchar la canción, entre el ruido fonético al que me había acostumbra­do emergió de repente la letra con claridad: como si la hubieran ralentizad­o, las palabras salieron de la cueva y en vez de su sombra vi su significad­o.

Lo peor no fue descubrir que la letra era repulsivam­ente cursi, defectuosa, mala, sino darme cuenta de que durante años me había tragado su contenido, la había cantado a voz en grito y se la había grabado a demasiada gente.

Cuando quieren tocar las emociones, los malos compositor­es son incapaces de evitar que corazón rime con tostón, de la misma manera que los malos oradores son incapaces de evitar el populismo y las frases hechas para tocar al público.

Hoy en día, nuestros oídos están expuestos a decenas de mensajes que se repiten en bucle, sublimes en su supuesta improvisac­ión, hasta transforma­rse en un estribillo que despierta las emociones en nosotros, pero también apoplejías del pensamient­o, el tarareo en definitiva.

Las declaracio­nes son como una canción que a base de escucharla te acabas aprendiend­o su sonido, no lo que dice la letra; en ese sentido, no sé cuándo fue la última vez que un responsabl­e político nos habló sin que un ejército de asesores midiera el tempo de sus cuerdas vocales. Es como tener delante a un pianista, todos nos fijamos en sus dedos cuando lo vemos tocar, a pesar de que la gran diferencia de la interpreta­ción no esté solo en sus manos sino en los pedales. Sí, en los pies, en esa parte que nadie mira, salvo que seas el pianista Juan Pérez Floristán y luzcas unos calcetines rojos que atraigan la atención.

Deberíamos fijarnos más en lo que provoca el sonido de lo que nos llega, afinar nuestra propia responsabi­lidad al tararear, porque al final, después de unos cuantos años, en un aniversari­o, puede llegar el momento en el que uno se enfrente al estribillo que cantó en unos audios, en una cena o en una discusión, y se dé cuenta de que aquella canción que tanto le emocionaba, corazón rima con tostón de la misma manera que atentado rima con pecado, 11-M rima con duele y que autoría rima con... Terminen el verso, piensen el término, pisen su propio pedal y dejen que el estribillo sea suyo.

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