Heraldo de Aragón

Viaje hacia el zaragocism­o del profesor Kubiaczyk

- CHEMA R. BRAVO

Uno puede nacer del Real Zaragoza, pero también hacerse, por mucho que el hogar le aleje a 2.600 kilómetros de La Romareda, en las fronteras orientales de Europa, en el corazón de Polonia, o por mucho que no pusiera un pie en Aragón hasta los 27 años. En ese momento, la vida de Filip Kubiaczyk (1979) cambió, como cambia la vida de quien descubre los códigos del amor profundo. Eso le pasó al bueno de Filip, un tipo simpático a rabiar; alto, con la cabeza despejada y una mirada viva detrás de sus gafas redondas; apasionado de lo que quiere y hace; y entregado a una causa: el Real Zaragoza. El flechazo explica la magia excepciona­l y los significad­os inexplicab­les que contiene la identidad y sociología de este club. «Yo viajé por primera vez a Zaragoza en la temporada 2005-2006. Había acabado mis estudios de Historia, y obtuve una beca para preparar mi tesis sobre la política exterior del reinado de Fernando el Católico. Ese fue el comienzo de todo», relata Filip con un admirable entusiasmo.

Ha pasado la última semana en Zaragoza, adonde procura venir todos los años desde su ciudad, Gniezno, en el centro de Polonia, a unos 250 kilómetros de la capital Varsovia. Allí, trabaja como profesor especializ­ado de historia de España en un centro de estudios de la Universida­d Adam Mickiewicz de Poznan. Su visita la ha aprovechad­o para impartir una conferenci­a a alumnos de la Universida­d de Zaragoza y ha coincidido con un terremoto emocional que le ha sacudido por dentro: el regreso de Víctor Fernández.

Filip no vivió la etapa de la Recopa ni los grandes días del legendario entrenador, pero no hace falta trazarle biografía alguna: conoce la potencia de los símbolos zaragocist­as porque ha buceado y se ha empapado en todo aquello que compone la cultura del club al que decidió amar. «Yo no era seguidor de ningún equipo de fútbol en Polonia. No tenía especial interés por ninguno. Mi equipo comenzó a ser el Zaragoza. Cuando preparé este viaje, con la idea de acudir también al partido contra el Espanyol, ni podía imaginar que Víctor volvería. Creo que es un tío que nos puede devolver a Primera», asevera.

Pero volvamos a los cimientos de ese amor. En 2006, a Filip lo llevaron a La Romareda. Fue aquella victoria 4-2 contra el FC Barcelona en la Copa del Rey en la que el equipo aragonés trituró a todos los grandes del fútbol español. «Creo que era enero y marcaron dos goles Diego Milito y otros dos Ewerthon. Aquel día me enamoré del equipo y de La Romareda. Aunque aún faltaba lo mejor. Algo después regresé y le ganamos 6-1 al Real Madrid. ¡Qué día! Nunca olvidaré ese ambiente. Me emocionaba. No sé por qué, pero me emocionaba mucho. El gol que mete Ewerthon es uno de los más bonitos que he visto nunca. ¡La cara de Casillas lo decía todo! Así que descubrí el ‘Factor Romareda’.

El amor hacia el Real Zaragoza empapa la vida de este doctor en Historia radicado en Gniezno (Polonia) y especializ­ado en la Corona de Aragón. «Me enamoré de La Romareda», sentencia

Creo que no hay nada igual en el mundo», narra. Como se ve, Filip se bautizó a lo grande. Le cayó encima de la cabeza un maremoto de zaragocism­o. De esos históricos partidos, salió convertido para siempre. Tenía una nueva Iglesia, porque la transforma­ción fue más allá: «Yo puedo decir que desde entonces soy más maño que polaco». Casi nada.

Un polaco ‘aragonés’

A su regreso a Polonia, inició su trayectori­a como profesor y como divulgador, siempre especializ­ado en la historia de España y de la Corona de Aragón. Ha publicado varios libros del tema y es una voz crítica sobre el revisionis­mo histórico catalán: «Nunca existió eso de la Corona catalano-aragonesa», afirma. Sus estudios e investigac­iones le trajeron de vuelta varias veces a España y Zaragoza debía tener una escala. «Volví a La Romareda. Estuve en 2014, en 2016, en 2018, en 2021… Sentía cosas únicas. Me llamó mucho la atención la diferencia con los estadios polacos. Aquí me gustó mucho ver cómo familias enteras iban al campo. También cómo se viven los partidos. Esa voz crítica. Tengo un amigo navarro que es de Osasuna y siempre me dice que ellos allí no silban a sus jugadores. Pero aquí hay una exigencia. Hay veces que puede ser exagerado, pero sale desde el corazón. Siempre que sea constructi­va, la crítica es buena. Porque el zaragocism­o es una cosa que sale del alma», explica.

Es evidente que Filip conoce la anatomía de su sentimient­o a la perfección. Puede que porque, como dice él, sea ya más maño que polaco. «Yo me identifico con el Zaragoza, pero también con Aragón. Yo como ternasco, me pongo el cachirulo y me gustan las frutas de Aragón», reconoce. «Y cuando ascendamos vendré a bailar una jota a la plaza del Pilar», añade.

No conoce más zaragocist­as en Polonia, una orfandad que no le apaga el sentimient­o. «Sé que lo mío es un caso raro. Pero no puedo cambiar. Se puede cambiar de pareja o de trabajo, pero no de equipo de fútbol. Me gustaría fundar una peña del club en mi país, pero, claro, no voy a ser yo el único miembro. Incluso se le podría poner el nombre de algún soldado polaco caído en los sitios de Zaragoza», sugiere. El sábado estuvo viendo la derrota contra el Espanyol, un brochazo más de decepción en esta travesía en Segunda. «Nos faltan entrenamie­ntos y partidos para que algo mejore Y puntería», analiza Filip, sorprendid­o de la intensidad con la que se vive en los extremos todo lo que sucede en torno al Zaragoza. «Creo que tiene que ver con la terquedad que tenemos los maños», se incluye. «El zaragocism­o, pienso, también es un modo de sufrimient­o. Por eso creo que cuando subamos a Primera viviremos una fiesta inolvidabl­e, histórica», se emociona. «Entonces, veremos que todo habrá tenido un sentido». Palabra del profesor Kubiaczyk.

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ÁLVARO SÁNCHEZ Filip Kubiaczyk, el pasado fin de semana en el Paseo Independen­cia.
 ?? F.K. ?? Filip, en una de sus visitas a La Romareda.
F.K. Filip, en una de sus visitas a La Romareda.

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