Escritores y pintores en un juego de espejos
La vida secreta de Roberto Bolaño
LETRAS ESPAÑOLAS
Montero Glez. Editorial Navona. Barcelona, 2024. 134 págs.
Este es un artefacto literario con hechuras de diario, trazado con el tremendismo poético de Montero Glez, atravesado por todos los navajazos de la imaginación y cargado con la pólvora negra de algunos ajustes de cuentas. Aunque es mucho más atinado hablar de ajuste de cuentos. Porque, finalmente, todo es un gran relato que zigzaguea entre realidad y ficción.
Arranca el hilo en una geografía mítica para Montero: Tánger, a tiro de piedra de hachís de Tarifa, donde vivió unos cuantos años en esa búsqueda suya del sur económico, mental y literario. Como si en el cielo hubiera barra de bar, Montero está tomando cerveza con el escritor marroquí Mohamed Chucri. El Chucri del relato habla de William Burroughs, que llamaban por allí El hombre invisible, siempre ciego de drogas y de deseo. Un escritor de buena familia que se empeñó en ser un maldito y acabó reventándole la cabeza a su esposa de un tiro jugando a Guillermo Tell.
El relato irá deteniéndose en diversos personajes, como Luis Claramunt «era pintor y respiraba entre la delgadez y la noche, rabiosamente negro, igual que sus ropas. Lo conocí en Madrid en la cueva del Candela entre humo y gitanería». Claramunt conecta con un encuentro con Juan Marsé donde se habla de ese amante bilingüe que tuvo que quemarse la cara y hablar como un charnego para reconquistar a su mujer. Las páginas se van engranando con gracia porque Montero tiene el talento innato de los contadores de historias, y de una cosa nos llevan a otra. Uno de los mejores relatos del libro es el de El Agujetas, un flamenco de ley (de la suya) que cuenta una historia donde la realidad descarrila.
Nos llevan las páginas al taller parisino de Miquel Barceló donde está esperando a Vila-Matas para hacerle un retrato. El narrador nos dice que «nunca me gustaron los libros de Enrique Vila-Matas, siempre pensé que era el típico escritor que gusta a escritores que no saben escribir».
Aunque después se pone a leerlo y afirma que «me leí todos sus libros, incluso los más aburridos me parecía que tenían algo». Espejo contra espejo. Aunque lo que de verdad importa es la historia que se destapa esa tarde en el taller de Barceló: Vila-Matas viajó a
París a matar a Hemingway. Porque en este libro la realidad siempre es como ese electrón que puede estar en dos lugares distintos al mismo tiempo. Igual que cuando el narrador ya no es Montero Glez sino un tipo llamado Arturo Belano, casualmente como el famoso personaje de Roberto Bolaño.
Belano se encuentra al propio Bolaño en un tren en el asiento de enfrente leyendo el mismo libro que está leyendo él en ese momento. Decidan ustedes si es una broma de la ficción o le mete duro de verdad cuando dice que «La muerte lo había sobrevalorado. Más que hacer una revolución literaria que hiciese saltar las costuras a la época, Bolaño contribuyó a perpetuar la mala literatura».
Pero, de nuevo, lo importante no está en si se carga o no se carga a Bolaño, porque acaba diciéndonos que era un extraordinario poeta y se desvela una trama maquiavélica, con intervención de otros escritores como Cercas o Martínez de Pisón, que explica esa «vida secreta» de Bolaño. El único escritor sobre el que no hay broma posible es Juan Marsé. Confiesa en uno de los pasajes emotivos del libro (y hay varios por debajo o por encima de la esgrima) que «‘Si te dicen que caí’ fue un deslumbramiento. En mi caso, el primero de todos. Leyendo aquella novela comprendí en una ficción cabe la realidad entera».
Finalmente, las distintas situaciones, cuentos intercalados, escenas reales deconstruidas con un crujiente de imaginación y coces, dan como resultado una lectura amalgamada, muy de Montero Glez, y que pese a su voluntad de eterno ‘enfant terrible’ no deja de ser otra cosa que un cuento que muestra su grandísimo amor por la literatura.