Heraldo de Aragón

Baumgartne­r

- EVA COSCULLUEL­A

Paul Auster. Traducción de Benito Gómez Ibáñez. Seix Barral. Barcelona, 2024. 261 páginas.

S. T. Baumgartne­r es un profesor de filosofía setentón, viudo desde hace diez años y que no ha podido sacudirse aún el duelo por la muerte de su mujer, a la que sigue sintiendo cerca igual que quienes sufren una amputación siguen notando el miembro amputado, un miembro fantasma que les pica, les duele, les recuerda que está sin estar.

Una mañana, trabaja en su escritorio cuando echa en falta un libro que dejó la anoche anterior en el piso de abajo. Al bajar, se acuerda de que tiene que llamar a su hermana. Y, como es habitual en la obra de Paul Auster (Newark, 1947), lo inesperado –ese azar tan caracterís­tico suyo– entra en escena como un personaje más y empiezan a sucederle una serie de acontecimi­entos que lo apartan del camino que había trazado para ese día: al entrar en la cocina, donde tiene el teléfono, nota un fuerte olor a quemado y se da cuenta de que olvidó apagar el fuego; al apartar el cacillo donde se hizo el desayuno del fuego se quema la mano; suena el teléfono, pero no es su hermana, sino el empleado de la compañía eléctrica que va a pasar a leerle el contador; cuando cuelga y va a llamar a su hermana, suena el timbre de la puerta…

La apacible mañana de trabajo se complica tanto que acaba con Baumgartne­r magullado tras caerse por las escaleras que bajan al sótano.

Tras este formidable principio, enérgico y magnético, nos internamos en la vida de Baumgartne­r, en sus recuerdos pasados y su vida actual, todo ello contado por un narrador que funciona como una voz en ‘off’ y que de vez en cuando se dirige a quienes estamos al otro lado de las páginas leyendo esta novela que funciona como una ‘matrioska’ –contiene relatos autobiográ­ficos de su mujer, poemas, textos del propio profesor…– y que gira en torno a la vejez, el paso del tiempo, el amor y el duelo.

A través de la evocación de su historia de amor con Anna, de su propia historia familiar –la de sus padres y abuelos– y del dolor de un hombre que debe sobreponer­se a la pérdida, Auster ha trazado una novela hermosa, llena de momentos luminosos, en la que se trasluce el delicado momento vital por el que pasa su autor. Dos ideas se subrayan a lo largo del texto: el placer que supone disfrutar de las pequeñas cosas –«El primer día bueno de primavera. El mejor día del año. Disfrutémo­slo mientras podamos, Molly. Nunca se sabe lo que puede ocurrir»– y que «todos dependemos unos de otros y que nadie, ni siquiera la persona más aislada del mundo, puede sobrevivir sin ayuda de los demás».

Auster se sirve de los objetos, importante­s en esta novela, para evocar recuerdos y enmarcar la narración –‘Baumgartne­r’ tiene unos cuantos giros: cuando crees que sabes lo que vas a leer, Auster mueve el foco y te lleva por otro sitio–: el cacillo quemado hace que la memoria del profesor viaje hasta la primera vez que vio a Anna; el teléfono rojo sobre el escritorio de su mujer recibe una llamada que produce un cambio en él y en su forma de vivir el duelo…

‘Baumgartne­r’ está llena de juegos. Encontramo­s muchos ecos de obras anteriores del autor, personajes de otros libros que se cruzan, guiños –la llamada inesperada al principio y la recibida en el teléfono de su mujer remiten al inicio de ‘La ciudad de cristal’– o juegos de palabras y diálogos con réplicas sacadas de clásicos del cine.

La novela tiene páginas divertidas y absolutame­nte adictivas, sobre todo ese principio atropellad­o en el que Baumgartne­r se ve arrastrado por la vida. También tiene páginas delicadas y conmovedor­as, como las que dedica a su madre –Ruth Auster, otro de sus guiños– o a su historia de amor con Anna. Y, aunque menos, también tiene páginas discretas en las que la narración decae, como el relato de su viaje a Ivano-Frankivsk.

Cuando Siri Hustvedt anunció la enfermedad de su marido, lo hizo con una metáfora que asemejaba el proceso a un viaje: «el territorio aquí en ‘Cancerland’ es confuso y traicioner­o. El paciente, y yo con él, hemos viajado por la carretera, hemos avanzado, hemos sufrido retrasos y hemos girado en círculos». No es casual, pues, que en la parte final de esta historia nos encontremo­s a Baumgartne­r conduciend­o por una carretera al atardecer. Un final abierto para esta novela melancólic­a y crepuscula­r –aunque nada sombría– que nos hace desear seguir leyendo a Paul Auster muchos años.

 ?? ARCHIVO HA/EFE ?? El gran narrador Paul Auster, aquejado de cáncer, en uno de sus viajes a España, en 2017.
ARCHIVO HA/EFE El gran narrador Paul Auster, aquejado de cáncer, en uno de sus viajes a España, en 2017.

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