La tejedora de sueños
PINTURA, DIBUJO, INSTALACIÓN ños de color, acercarse a quienes están presentes pero ausentes, en la fragilidad emocional de este lapsus de tiempo. Un despertar de recuerdos ocultos a través de nuestra memoria.
La conexión con la tierra turolense tiene su expresión en una serie de obras –con las que la artista se siente muy identificada–, realizadas con pigmentos naturales que aluden al paisaje arcilloso y áspero de ese territorio aragonés. Es lo que la artista denomina heridas en la tierra. Parajes terrosos, impregnados de texturas y de luminosos amarillos que hacen referencia a superficies sin agua, vertebradas por incisos surcos. Pero junto con la tierra que se siente entre los pies, está el mar. Azules eternos e infinitos que se enmascaran en ficticias olas, construidas en gestos voraces de pincel, cuya espuma cae en una secuencia de condensada pintura. Agua que como dice la artista «la tormenta la devuelve a la orilla entre arenas, papeles o plásticos», porque «el mar tiene memoria».
Quinita Fogué dedica también un espacio a su obra sobre papel, por medio de una docena de pequeñas obras en las que aborda el tema del viaje -recurrente en su trabajo-. Es aquí donde fluyen sus personajes inventados.
Figuras que se trasladan con sus enseres, que emigran trasladando ilusiones, que deben superar avatares (identificados con la instalación de escaleras) de las que penden un sombrero o una bolsa y que recuerdan los éxodos por medio de la maleta dispuesta en el suelo.
Es la obra de Quinita Fogué una cantiga a los intersticios que guarda la vida. Esos espacios intermedios en los que no se repara si no se vuelve la vista atrás y se repasa aquello que se ha vivido y se es capaz de afrontar con la perspectiva de la subsistencia humana.