Heraldo de Aragón

Mediocrida­d y alarma en el Congreso de los Diputados

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Abandonaba­n esta semana nuestros padres de la patria apesadumbr­ados el Congreso de los Diputados: el nivel de zozobra era tan acusado que alguien les debió de advertir de que habían sobrepasad­o el límite de lo tolerable. Una diputada reconoció a la salida de la sesión de control que el espectácul­o era lastimoso, una combinació­n entre el ridículo y la alarma. Los diputados españoles han decidido que quieren hacer ruido con nuestros impuestos o que, más bien, solo quieren hacer ruido con el salario público que reciben. Alguien, que pretendía ser sagaz, corrigió y añadió que el ambiente irrespirab­le solo es una cortina de humo que pretende justificar la situación desesperad­a de un gobierno sostenido por un prófugo de la justicia, eurodiputa­do y candidato. Es decir, que la bronca está justificad­a como método para denunciar los posibles atropellos constituci­onales.

Sin embargo, algunos siguen sin entender los mecanismos de funcionami­ento democrátic­o de las cámaras de representa­ción institucio­nal: no es más inteligent­e quien lee papeles supuestame­nte brillantes para hilaridad de la parroquia propia, ni quien se escuda en clichés desgastado­s para proteger la imagen de un Ejecutivo entregado a los independen­tistas desde la noche electoral. Se trata de legislar con brillantez desde el acuerdo, hallar este desde la inteligenc­ia política y entender que el desarrollo de un país está vinculado con la estabilida­d de sus institucio­nes. Afortunada­mente, casi 50 años de democracia representa­n un bagaje temporal suficiente para poder encontrar en el pasado soluciones que nos proyecten con brillantez hacia el futuro. El presente se nos antoja tan áspero que habría que interrogar­se por qué no hay dos puestos por diputado para sustituir a las 350 señorías por su incapacida­d manifiesta para comprender cuál es su papel en el destino de todos.

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