Contra la bagatelización de la vida
Comienza la Semana Santa en la comunidad cristiana y también en la cultura popular. Este año necesitamos más que nunca asumir la advertencia teológica de Ignacio Ellacuría, él mismo eliminado de la vida: nosotros no morimos en com-pasión con Jesús de Nazaret, injustamente asesinado como delincuente y blasfemo por los poderes político y religioso, sino que él murió porque, siendo uno de los nosotros, experimentó en sí mismo que los seres humanos mueren injustamente.
La muerte es connatural a la vida, aunque hemos de ser muy libres para asumirlo. Pero existe otra muerte provocada que es injusta, de la cual necesitamos liberación. El Dios de Jesús es un Dios de vida. San Ireneo decía, ya hace muchos siglos, una máxima que guió a monseñor Romero, que «la gloria de Dios es que el hombre viva». Las leyes son para el hombre, no el hombre para las leyes, enseñó Jesús. La vida es el valor sin el cual son imposibles a los seres humanos su dignidad, sus relaciones, sus derechos y obligaciones.
Me asusta el clima de bagatelización de la vida humana que está dominando este primer cuarto de siglo. Con impotencia, cierto, pero ya con naturalidad, estamos recibiendo cada día en directo noticias e imágenes de guerras en Ucrania y en Gaza, que son solo muestras, aunque terribles, de otros conflictos violentos en que las vidas son secundarias ante los intereses y su eliminación es programada sin necesidad de justificación. Quizá Gaza nos ha anestesiado por un horror tan cualitativamente inhumano que nos ha inmovilizado.
Las nuevas tecnologías matan automáticamente sin sensibilidad, la violencia armada ahora se confía a empresas mercenarias, el terrorismo se valora según quien es su autor, la industria y comercio de armamento es un gran negocio, reaparece la amenaza nuclear con naturalidad, sin movilizaciones de masas. Nuestros mares son cementerios de cadáveres de quienes cometieron el delito de buscar otra vida. Incluso la palabra, instrumento de diálogo y de humanidad, se utiliza para la eliminación de adversarios políticos y envenena la democracia en una atmósfera tóxica.
La Semana Santa 2024 solo es posible en torno a Jesús crucificado como un grito de protesta por la creciente bagatelización de la vida humana a todos los niveles. Los tambores repetitivos no rompen solo por el asesinato pasado injusto de quien, siendo Hijo de Dios, quiso vivir con y como nosotros, sino por el actual desprecio de la vida humana a manos de símbolos y prioridades políticas, económicas o religiosas. Por suerte, en Pascua celebramos también la victoria de permanecer en el amor y la posibilidad de la esperanza.