Heraldo de Aragón

«La palabra no solo significa, también despierta sentidos»

- ANTÓN CASTRO

«Llevo con la novela ‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’ (Random House) desde 2018. En medio publiqué cuentos y poemas. Doy clases de escritura creativa en la Escuela de Escritores de Madrid, en la Universida­d Pompeu i Fabra en la Universida­d de Salamanca. Eso te obliga a estar siempre en alerta, a leer mucho y a buscar nuevos asuntos, libros y autores», dice Mónica Ojeda.

Para entender esta novela, ¿hay que tener delante un diccionari­o de mitos latinoamer­icanos?

Le diría que no, pero depende del lector. Hay lectores que sienten que cuando entran a un libro tienen que aprehender­lo con todo, asir cuanto aparece. Y yo soy una lectora a la que no la atemorizan los libros sobre cosas que no domino porque si hay algo que no conozco sigo leyendo. El libro siempre te ofrece un contexto para navegar por él, o si ya tengo ganas de explorar voy a Google.

Esto es un preámbulo.

Como yo soy esa clase de lectora, cuando escribo espero que mis lectores también sean así.

La novela tiene un sustrato mágico y telúrico.

Lo tiene. Por dos vías: está la tradición de que la bebe el libro, la cultura andina es retrofutur­ista como el festival al que van los jóvenes, es ancestral pero también es rabiosamen­te contemporá­nea; ofrece una cultura viva de 2024.

¿La ha vivido usted o es un recurso literario?

Es una cultura que yo he mamado desde niña en el Ecuador a pesar de ser costeña, no soy andina. Ecuador es un país pequeño, y ves las montañas y ves los volcanes desde Guayaquil, que es mi ciudad natal. Entonces, la cultura andina es muy central, nos tocó a todos. Por una parte, sí, es un universo rico del que bebo…

¿Y por la otra? Siga, siga... Cuando empecé a escribir la novela tenía muy claro que quería trabajar a un nivel metafórico y simbólico el proceso introspect­ivo y mental que tienen los personajes en ese contexto, que por una parte es territoria­l y por otra es un espacio imaginario. Es una tensión entre la realidad tangible y la realidad mental, lo que les pasa a los personajes, en particular a Noa y Nicole, que son las protagonis­tas principale­s.

¿Cuál ha sido su relación con su padre? Se lo digo porque es tema capital en el libro.

Es una relación buena pero distante. Es buena en el sentido de que nos hablamos, nos preocupamo­s el uno por el otro, pero yo he tenido que aceptar que no voy a poderme acercar más a él. No puedo tener una relación íntima con él, de padre e hija, y a él le pasa lo mismo.

¿Es lector de sus libros?

Sí los tiene todo, sé que los lee, pero no me los comenta mucho.

Ese padre suyo, enigmático, ¿se parece al del libro, al que busca la niña Noa, abandonada por él desde hace una década?

El padre de la novela es inventa

A mí lo que me interesaba trabajar es una emoción muy especial: tratar de hallar un refugio en medio de la hostilidad, la violencia, la pérdida y la muerte, que son todas esas experienci­as vitales avasallado­ras. Buscaba en la novela un lugar donde el cuerpo pueda ser despojado de miedo.

El miedo también es capital en su novela y en la vida.

Sabía que esa emoción abstracta iba a ser el centro o el corazón de la novela. Se me quedaron en la cabeza estas dos amigas que huyen de una ciudad que está en llamas. En un contexto de violencia, de muerte y de pérdida, un cuerpo que baila y que canta y que lee es un cuerpo con ganas de vivir.

Son muchos los que elogian su escritura. ¿Qué persigue usted?

A mí me gusta pensar en la escritura como un monstruo fascinante. Para mí la palabra es un fin emotivo y creador e imaginativ­o en sí mismo. La palabra no solo significa sino que despierta sentidos. Por eso me parece que la escritura literaria es monstruosa porque desvía la palabra de su objetivo de significar únicamente.

¿Es fácil vivir con Mónica?

Creo que sí. Ja ja ja. Soy una gran compañera y me gusta conversar de noche con mis plantas.

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