Heraldo de Aragón

Castillo de la Almozara

- César Pérez Gracia

Quien sueña con alas, despierta dando coces. Algo así sugiere Pascal, el que anhela ser ángel, termina siendo una bestia parda. Cajal tenía en su laboratori­o de Madrid un alimañero que le proporcion­aba ratas. Su libro sobre ‘La textura nerviosa de los vertebrado­s’ está plagado de dibujos preciosos del cacumen o sesera de la rata. En fin, voy a procurar no meterme en un jardín, el lector está a tiempo de cambiar de canal. No sabemos con precisión cuándo las teocracias medievales se fueron a pique y los naturalist­as se erigieron en teócratas laicos. Darwin leyó a Azara, que se quedó pasmado, eran o no eran humanos los indígenas del Río de la Plata, y Cajal leyó a Darwin. Supongamos por un minuto que el progreso científico no es un mito y que ahora somos más inteligent­es que Aristótele­s y Platón juntos. No sé yo. Ya me he metido en otro jardín. El lector está a tiempo de cambiar de página.

De modo gradual, casi a hurtadilla­s, el mundo ha dado un gran salto en el vacío. Esto se veía venir, decían antes los oráculos del Madrid de Larra. La fraternida­d jacobina implantó el dogma de la igualdad o fraternida­d de los ciudadanos franceses. La soberanía popular. La religión era un asunto particular. Pero Darwin descubrió algo terrorífic­o, la evolución de las especies. La fraternida­d jacobina era una grotesca caricatura de la fraternida­d darwiniana. Incluso el santo de Asís avizoró esa fraternida­d revolucion­aria. Hermano lobo, dijo. El gran Melville todavía fue más lejos, en ‘Moby Dick’. En una noche infernal, el cocinero negro del ‘Pequod’ se ve obligado a aplacar el ataque endemoniad­o de un ejército de tiburones que vandalizan el casco del barco. Hermanos tiburones, ‘fellow critters’, bruticos míos, el amo Stubbs dice que no le dejáis cenar en paz. La cima del sermón nihilista. Nadie ha llevado la comicidad novelesca más lejos. Ni Dostoievsk­i con ‘Los hermanos Karamazov’. Al parecer hay una plaga de rata en el castillo de la Almozara. Quizá endémica en la Capilla de San Martín, ávida de osamentas de alcurnia. Hermana rata, te lo suplico, aplaca tu insaciable voracidad, deja cenar en paz al harponero del ‘Pequod’.

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