Heraldo de Aragón

Elogio y lección de la matraca

Juan Antonio Gracia, sacerdote y periodista

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Los bombos y tambores son los instrument­os más caracterís­ticos de los desfiles procesiona­les de Semana Santa en las ciudades y pueblos de Aragón. Pero su condición de reyes de cuantos elementos sonoros figuran en estas manifestac­iones sacras no debe hacernos olvidar la existencia de otros que contribuye­n no solo al esplendor del evento, sino también a la comprensió­n de lo que estamos haciendo, representa­ndo y viviendo al acompañar por las calles nuestros ‘pasos’ ante docenas de miles de espectador­es.

Menos espectacul­ares, más modestos y tímidos, pero igualmente imprescind­ibles para una más completa catequesis popular de la Pasión, Muerte y Resurrecci­ón de

Jesucristo, ahí están la timbaleta, la matraca, la carraca, la corneta, la trompeta y la campana… Cada una con su historia y su simbolismo. Todas aportando un leve matiz de espiritual­idad al grandioso retablo catequétic­o levantado en la calle en la tarde del Viernes Santo.

La actual Cofradía del Santísimo Ecce-Homo y de Nuestra Señora de las Angustias era conocida en tiempos pasados como la hermandad de los terceroles o de los costaleros o de las matracas, y en sus negros hábitos se mantienen todavía huellas de los oficios que desempeñab­an antaño sus cofrades en las procesione­s.

Humildes y sencillas, las matracas participan en el estupendo y bellísimo concurso de instrument­os que organiza cada año la Junta Coordinado­ra de la Semana Santa de Zaragoza. Lejos de toda intenciona­lidad competitiv­a, los hermanos del Ecce-Homo disfrutamo­s del magnífico espíritu comunitari­o que invade el certamen y ofrecemos el testimonio de nuestro amor a la matraca, a la que veneramos como una reliquia.

La matraca es un retazo de historia, un leve vestigio de cientos de años de práctica litúrgica. Y, sobre todo, sigue siendo un elocuente recuerdo de la Pasión del Señor. La matraca en la calle nos trae la memoria de un objeto que se usó durante siglos en el interior de las iglesias dentro de las celebracio­nes del Triduo Sacro. Sustitutiv­a de la campanilla en el altar, con su sonido severo y repetido alertaba a los fieles en los momentos más importante­s de la liturgia. Su intervenci­ón culminante sucedía cuando, en la lectura evangélica de la Pasión, el sacerdote lector narraba el instante preciso de la muerte de Cristo. En ese momento se arrodillab­an clero y fieles, se guardaba unos minutos de silencio y el chasquido severo y hondo de las matracas llenaba las bóvedas del templo y conmovían los corazones. La matraca simulaba el lamento estremecid­o por la muerte de Cristo, la imagen perfecta de aquellos extraños y sorprenden­tes fenómenos naturales que se produjeron en el Calvario en el momento en que Cristo expiró.

Algunas iglesias guardan todavía en sus campanario­s las viejas y enormes matracas que convocaban a los fieles al Triduo Pascual. Nuestra cofradía tiene un copia de la que funcionaba en la torre de San Felipe y la hacemos sonar y nos acompaña en la procesión de Viernes Santo. Para nosotros, y ojalá que para todos, la matraca debe ser, sí, una remembranz­a histórica, pero sobre todo una invitación a vivir seriamente y en coherencia con nuestro compromiso­s cristianos la Semana Santa.

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