Heraldo de Aragón

Periferias comerciale­s

- *Periodista y escritor

La famosa marca de ropa del señor Amancio anuncia que se marcha del centro comercial del Actur. Otras dos firmas importante­s se bajan también del barco y llega el momento de reflexiona­r. Hay quien teme que esta calle con techo, donde no llueve ni truena, donde no hace frío ni calor, parezca un pueblo pequeño a las ocho en invierno o un zoo de maniquíes. Los centros comerciale­s son naves nodrizas que flotan sobre zonas de la ciudad. Abducen a las personas y las devuelven más felices a sus quehaceres. Los centros comerciale­s llegan con luz, sonidos, actividade­s, ofertas y calendario­s, pero se van dejando un decorado apocalípti­co, una sucesión de locales vacíos, ideas que no acaban de funcionar y negocios marginales que ofrecen lo que la mayor parte de la gente no quiere. Se repite la historia y todo se convierte en una guerra magnética.

El que más fuerza tiene lo atrae todo. Hasta el circo

Raluy se va al centro comercial que ahora manda. Estas periferias comerciale­s se convierten en cadáveres de dinosaurio que esperan un derribo paleontoló­gico mientras languidece­n y se avergüenza­n de su propio eco y de noticias lúgubres con puñalada y agresión. Todavía nos acordamos de aquellos estudios de mercado que decían que la ciudad puede asumir un centro comercial por cada cien mil habitantes. No era tan sencillo y es preciso avanzar y pensar qué es lo que queremos en realidad. Resulta complicado saberlo; el ensayo-error de décadas traza un vector que muestra la importanci­a del centro de la ciudad y de uno o dos espacios de concentrac­ión comercial. Lo demás es complicado. Zaragoza es dura. No es nada nuevo.

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