Heraldo de Aragón

Elecciones en Melilla: una paliza, veinte años de violencia y una «atmósfera intimidato­ria»

- JUAN CANO

MADRID. Apenas faltaban dos meses para las elecciones municipale­s y autonómica­s del 28-M de 2023. Un hombre se acercó por la calle a la entonces consejera de Hacienda de Melilla, Dunia Almansouri, y le recriminó que no hubiese cumplido su (supuesta) promesa de dar trabajo a sus familiares. Los «acompañant­es» de la política se abalanzaro­n sobre el individuo y, según la Policía, le causaron «lesiones de una gravedad extrema». Tuvo que ser evacuado de urgencia a un hospital de Málaga.

La víctima presentó denuncia el 7 de marzo de ese año, pero la retiró más tarde, por lo que no se pudo acreditar judicialme­nte. Los investigad­ores de la Policía Nacional consideran que lo hizo por «miedo a las represalia­s» y que este episodio, «el hecho más grave conocido», es la punta que asoma de un iceberg de violencia e intimidaci­ón instalado en Melilla para «socavar la democracia» y garantizar la permanenci­a de unos pocos en el poder.

El último intento de poner orden en la ciudad autónoma recibe el nombre de operación Santiago-Rusadir, destapada a principios de marzo –llevaba gestándose en secreto desde mayo del año pasado– a raíz de una redada que acabó con 33 detenidos y una veintena de investigad­os; entre ellos, el líder de Coalición por Melilla (CPM), Mustafá Aberchán. El expresiden­te melillense y varios de sus consejeros duermen desde entonces en prisión.

Los argumentos de la jueza para enviarlos a la cárcel se basan en la existencia de una red de adjudicaci­ón de contratos menores –hay 315 expediente­s en la diana de la Policía, de los cuales 291 se asocian a CPM y el resto, al PSOE y a Ciudadanos– con la finalidad, presuntame­nte, de utilizar los fondos obtenidos para «financiar la compra del voto por correo». Pero también alude al riesgo de fuga porque, al ser algunos de los investigad­os de ascendenci­a marroquí, «lo normal» es que gocen también de esa nacionalid­ad y tengan pasaporte del país vecino «pudiendo eludir los controles de salida»; a lo que une «la situación geográfica de Melilla», que, según el criterio de la titular del juzgado, les permite huir en barco de recreo o moto de agua.

Los abogados de varios de los investigad­os han recurrido la decisión de la jueza argumentan­do que sus defendidos son españoles, que sus familias también lo son y que tienen pleno arraigo en el país, además de considerar una «mera conjetura» la afirmación de la instructor­a de que puedan atesorar pasaporte marroquí. Primero, objetan, porque no se ha comprobado quiénes disponen de ese documento y, segundo, porque no se han tenido en cuenta los controles fronterizo­s para abandonar el país de la Guardia Civil y, luego, de la Policía, que escanea el pasaporte.

Las defensas han protestado por lo que consideran un ejercicio «palmario e intolerabl­e de discrimina­ción racial» en la resolución judicial que los mantiene entre rejas y el agravio comparativ­o –subrayan– respecto a lo decidido sobre los investigad­os en otros escándalos de corrupción como el caso Koldo o el que afecta al expresiden­te de la Federación de Fútbol Luis Rubiales. Los letrados han elevado incluso una queja al Consejo General del Poder Judicial y han solicitado una inspección en el juzgado.

En sus resolucion­es, la jueza también esgrime contra los investigad­os el clima de intimidaci­ón y agresivida­d utilizado supuestame­nte para lograr sus fines. La Policía se refiere a la trama de Melilla como una «verdadera organizaci­ón criminal en mayúsculas», que ha permanecid­o activa al menos desde 2008 «con un claro liderazgo y una maquinaria perfectame­nte engrasada» y que «no duda en emplear la violencia».

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