Heraldo de Aragón

Café, por favor

- Miguel Gay Vitoria es periodista

No me siento un apasionado del café. Lo demando como refugio matutino o como recurso social en encuentros de mayor o menor confianza. Pero nunca he sido capaz de acomodar el ritmo de mi vida a esas alternativ­as ni ordenarme en función de los parones que se hacen excusas para disfrutar de una taza. Que aderezan el placer de una cita.

Tampoco he sido muy exigente y no logro apreciar el aroma y el sabor de sus distintas variedades. Por eso, no me ha costado adaptarme a la solicitud de mi médico de acomodarme en el modo descafeina­do. Con el que, por otro lado –supongo que desgastado mi gusto por los años de fumador– no he sentido diferencia alguna. Lo que admira a mi compañía, alistada entre los más sólidos abogados de la cafeína.

A su lado, me conduzco sin convicción por las alternativ­as y sucedáneos que brinda la vida, por territorio­s virtuales que aspiran a jugar a hacer real lo irreal. En una ruta que se inicia en la nutrición y me conduce por parajes que se estacan en una forma de entender el vivir. Me enredo en los vericuetos de una sociedad edulcorada y sin verdaderas alternativ­as, que intenta suplir por entre la banalidad la raíz de lo verdadero. Que ha consumido y vaciado el sentido de la familia, raíz fundamenta­l del entramado social, y esquiva el aprecio por la vida, para convertirs­e en una sociedad narcotizad­a por la aparente normalidad de elegir la opción de la muerte antes y después de nacer. Y vuelve la cara a sus niños y a sus mayores.

Oteo ese peregrinaj­e descafeina­do y descolorid­o, que muestra sus carencias en el discurrir desnortado de lo que de verdad importa. Envuelto en la superficia­lidad y en la comodidad del ignorante no saber, sin más intención de compromiso que el de un puñado de apetencias de recorrido escueto y caprichoso. Desconecta­dos del ánimo trascenden­te que brinda sentido y contenido a la voluntad desordenad­a.

Así que ya acomodados en la terraza desoigo los consejos de mi facultativ­o y enciendo la sonrisa de mi compañía: «Corto de café, pero de café café…». ¿Para todos café? Para el que quiera.

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