Heraldo de Aragón

Patria y ausencia: María Teresa León

- EL OLVIDO DE LA ESCRITORA QUE VIVIÓ EL AMOR Y EL EXILIO CON RAFAEL ALBERTI Y FIRMÓ ‘MEMORIA DE LA MELANCOLÍA’

El 27 de abril de 1977 regresaron a España, tras casi 40 años de exilio, María Teresa León (1903-1988) y su marido Rafael Alberti (1902-1999). Dejaban atrás una vida de nostalgia en hogares de acogida, Buenos Aires y Roma. Dos emigrantes políticos que, como tantos otros, regresaron a su patria sin volver del todo al no hallar en la España del regreso ningún vestigio del país idealizado que habían congelado en sus memorias. La vida fue más generosa con Alberti: aún tuvo tiempo de enamorarse, casarse de nuevo tras la muerte de María Teresa, ser parte del tránsito convulso de España hacia la democracia y ver editada su obra literaria. María Teresa, en cambio, enferma de alzhéimer y ajena a cualquier realidad, regresó a la soledad, al olvido y a la nada.

El abandono en que vivió hasta su muerte en diciembre de 1988 fue una gran injusticia histórica: la luz cegadora que rodeó el regreso del poeta Rafael Alberti arrojó a la sombra la lucha de María Teresa, su legado político y su valiosa obra literaria. «No sé si se dan cuenta los que quedaron allá o nacieron después, de quiénes somos los desterrado­s de España. Nosotros somos los que durante más de 30 años hemos suspirado por nuestro paraíso perdido, un paraíso nuestro, único, especial». Un paraíso que ella nunca pudo recuperar.

La memoria de la melancolía Los desterrado­s de España lo habían perdido todo menos la vida y, tras la derrota, se apretaban «con el alma desencajad­a» en los barcos que zarpaban hacia destinos desconocid­os: «Yo a Chile / Yo a México / Yo a Colombia / Yo a la URSS». Durante años vivieron en la «sala de espera» del destino, itinerante­s sin referencia­s ni sosiego que dormían en casas sin amueblar para no creer que su destierro era definitivo, hasta que esa sala de espera se fue convirtien­do poco a poco en la amarga «sala de estar» del exilio definitivo. El desterrado solo posee los recuerdos que debe acostumbra­rse a olvidar: «la casa, los libros, la música, las tardes, los trabajos, los paseos, las farolas, los cementerio­s» y vive con la tristeza de no saber dónde morirse: «¿Qué tenemos que ver nosotros con los cementerio­s del país donde vivimos?». María Teresa, la desterrada, siguió viviendo «por la ilusión lejana de España».

En los años 60, cuando la pareja recibía en su casa romana del Trastévere a jóvenes españoles estudiosos de su obra, ella se sentía como «una pieza de museo» obligada a abrir todas las ventanas de su alma para tratar de oler el aire nuevo del presente de su amada España que los jóvenes traían: «¿Dónde sino entre ellos y nosotros va a ligarse la continuida­d que necesita la historia?».

En 1968 pone punto final a ‘Memoria de la melancolía’, «el mejor libro de memorias de la generación del 27», según Luis García Montero y que su amigo Max Aub, desde su exilio en México, consideró «un acto de amor y un deber moral para preservar la memoria de una generación dispersa por la guerra y silenciada por el franquismo».

El amor y la guerra Devolvamos ahora a la vida a María Teresa León, una de las mejores narradoras de su tiempo, recordándo­la en su momento más feliz, el que dio sentido al dolor de la partida y cosió la columna vertebral del resto de su vida.

Verano de 1936. María Teresa y

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ANNEMARIE HEINRICH Retrato de María Teresa León, vinculada con Barbastro, en su exilio argentino.

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