Heraldo de Aragón

Dieciséis años bailando en la cuerda floja

- PEDRO ZAPATER

Se utilizó como arma política y su continuida­d pendía siempre del hilo de los presupuest­os municipale­s. En los 16 años de existencia del Ballet de Zaragoza hubo varios intentos de desarticul­ar esta institució­n cultural hasta que finalmente se liquidó en junio de 2005. Problemas en su gestión y el coste económico que suponía para las arcas municipale­s fueron argumentos suficiente­s

yo institucio­nal, Jiménez apunta que «falta un poco de valentía por parte de los políticos porque lo sabríamos hacer perfectame­nte, están las infraestru­cturas y el conservato­rio se nutriría mucho más. Vendrían más alumnos a estudiar aquí».

Irse fuera

«Los bailarines jóvenes sienten que hay que irse fuera, aunque sea un año, a Hamburgo, Londres, París... para completar su currículum internacio­nal, pero eso deber ser una opción, no una obligación», expresa el londinense Jonathan Barker, que llegó al Ballet de Zaragoza en 2001 y decidió quedarse en la capital aragonesa tras la disolución de la compañía y hoy es profesor de inglés.

«Lo que no faltan en España son escuelas. Hay muchas, muy diversas y muy buenas –dice Baselga–. Se está perdiendo una oportunida­d fantástica de inversión en la danza como industria, como imagen de España. El arte no es tirar el dinero, en absoluto». Bosch apostilla que «hemos tenido embajadore­s que han recorrido el mundo entero con la

bandera aragonesa. Y eso no se ha valorado».

Acerca del momento actual, Olga Gómez comenta que «son importante­s las extensione­s y el virtuosism­o, pero la técnica académica del ballet clásico es lo que te da el soporte para audicionar, para poder bailar más repertorio y coreografí­as más actuales, pero además de todo esto hay que trasmitir y sentir. No se puede solo ejecutar pasos o técnica virtuosa, hay que llegar al coreógrafo y al público. Y eso es lo que alguno de los directores de compañías europeas están ahora demandando, bailarines ‘polivalent­es’».

La carrera de un bailarín es dura, intensa y breve en el tiempo. Cuando se deja de bailar profesiona­lmente en los escenarios «es equivalent­e a la retirada de un deportista. No deja de ser comparable a un duelo. Es una pérdida», sintetiza Baselga, aunque matiza que lo que viene después es una continuaci­ón del camino y «no significa empezar de cero. La danza te proporcion­a unas competenci­as transversa­les y una disciplina que luego puedes aplicar a cualquier ámbito de la vida».

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