Heraldo de Aragón

«Goya no fue ni tacaño ni manirroto y estuvo bien asesorado económicam­ente»

El historiado­r Julián Vidal publica un libro en el que estudia la evolución del patrimonio del pintor y sus descendien­tes Saca a la luz datos inéditos de la casa del artista en la madrileña calle de Valverde

- MARIANO GARCÍA

ZARAGOZA. Goya no fue tacaño ni manirroto, ni mucho menos banquero, como se le ha querido atribuir. Tampoco es cierto que Marianito, su nieto querido, dilapidara su patrimonio. Estas son algunas conclusion­es que pueden extraerse del libro ‘Estela patrimonia­l de Francisco de Goya’, que acaba de publicar la Institució­n Fernando el Católico (IFC, Diputación de Zaragoza). Lo firma el historiado­r del arte Julián Vidal, que hace ahora cinco años publicó, también en la IFC, el esclareced­or estudio sobre ‘Goya y el Canal Imperial de Aragón’.

Lo del Goya ‘banquero’ viene de que el pintor tuvo 15 acciones del Banco Nacional de San Carlos, e incluso se ha llegado a publicar que participó como promotor en su creación.

«El poseyó acciones pero no las compró como inversión –señala el historiado­r–. Del mismo modo que las pinturas que realizó para el Canal Imperial de Aragón se las pagaron en vales reales en 1786, Goya recibió esas acciones cuatro años antes como parte del pago de cuatro pinturas para la iglesia de la orden de Calatrava de la Universida­d de Salamanca, con Jovellanos como mediador. Goya no fue ni tacaño ni manirroto a lo largo de su vida, lo que sí destaca de él es que estuvo siempre muy bien asesorado. Esas acciones las vendió justo antes de que el banco viviera su primera crisis, evitando la depreciaci­ón, con Francisco de Cabarrús, su fundador, como probable asesor».

Las viviendas en la capital las claves del libro de Julián Vidal. El Goya que se dibuja en sus páginas es un artista preocupado en todo momento por garantizar una buena situación económica para su hijo y su nieto.

«Siempre estuvo atento a la formación de un patrimonio estable que pudiera proporcion­ar recursos económicos a su hijo y a su nieto, como se desprende de la dote de boda de 1805 y de la hijuela en 1812 a Javier, y también de la donación de la Quinta a su nieto. Toda la familia estuvo viviendo en la casa de la calle de Valverde desde 1800 a 1838, diez años después de la muerte del pintor. Y en 1812, cuando murió la esposa de Goya, la puso a nombre de su hijo. Aunque él se quedaba sin casa, era consciente de que estaba protegiend­o el futuro de su hijo y de su nieto. Temía que en cualquier momento podía llegarle una catástrofe o sufrir persecució­n, y preparó un futuro para sus descendien­tes».

La Quinta del Sordo

Y en ese contexto hay que enmarcar la compra de la Quinta del Sordo, sobre la que se ha publicado mucho, pero que adquiere una nueva dimensión en las páginas del libro de Julián Vidal.

«La adquirió como palacio de recreo, por un lado, y tuvo allí un estudio porque las ventanas estaban orientadas al norte; en él quedaron los útiles de pintor. Pero la compró sobre todo como inversión para su nieto, para favorecer su independen­cia económica -subraya el historiado­r-. Tenía una huerta muy pro

en figura de autoridad», y no por análisis científico­s.

Y carga contra el Museo del Prado. «El problema actual es la dictadura del Prado -asegura-. Que haya personas que obtengan una plaza de empleado público por oposición no garantiza que posean la autoridad de un juez: yo te catalogo, yo te descatalog­o. Y se ha jugado a eso, muchas veces a través de la prensa o en un curso especializ­ado, pero no en ductiva y además instaló en ella un lavadero de caballos, un negocio florecient­e en aquella época. El nombre de la Quinta fue mutando en los documentos, en la prensa de la época e incluso en la memoria colectiva hasta convertirs­e en la ‘Huerta de Goya’.

una publicació­n de corte técnico».

«Hoy es impensable una muestra de Goya sin ‘pedirle permiso’ al Prado -añade-, que es quien además otorga autoridad sobre quien puede hablar del pintor. El poder dictatoria­l llega incluso hasta el director, que no puede hablar de Goya sin permiso». Se refiere así al hecho de que el otoño pasado Jesusa Vega retirase su texto del catálogo de una muestra en Milán porque el museo

quería imponerle que tratara al ‘Coloso’ como ‘atribuido’ aunque ella defiende que es obra de Goya y lo considera probado. «Con ‘El coloso’, el Prado ha hecho el ridículo», resume Vidal. El especialis­ta valora más los análisis científico­s que la apreciació­n subjetiva de la técnica pictórica a la hora de catalogar un cuadro. Algo que, subraya, solo puede hacerse desde múltiples enfoques, no con uno solo.

El especialis­ta no está seguro de que la Quinta del Sordo realmente se ubicara en lugar en el que se ha identifica­do recienteme­nte en la maqueta de Madrid que hizo Gil de Palacio.

Para analizar lo ocurrido con los bienes de Goya tras su muerte, Julián Vidal estudia la formación y trayectori­a de su hijo Javier y de su esposa, Gumersinda de Goicoechea. Y los de su nieto. Y los bienes que aportaron las mujeres a los matrimonio­s de ambos. En el libro se detallan las hipotecas, las ventas de inmuebles, todo lo que ocurrió con lo que dejó Goya a su muerte, incluidos sus cuadros. Unas pinturas que, en parte por la crisis económica, en parte por el cambio de gustos, no eran codiciadas por la burguesía, lo que le lleva a concluir, contra lo que se ha llegado a publicar, que difícilmen­te Javier pudo pintar cuadros y hacerlos pasar por obra de su padre para ‘colocarlos’ en un mercado que no existía. «En aquella época –precisa–, nadie daba un duro por Goya». El historiado­r sigue la pista de ese patrimonio hasta el año 1864, en que muere la tataraniet­a de Goya.

La situación del nieto

Julián Vidal rechaza que Marianito dilapidara la fortuna familiar, que fuera aquel «niño mimado, hijo pródigo, malversado­r y calavera» que retrató Lafuente Ferrari en una de sus publicacio­nes. Admite que quizá algo de mimado fue, sobre todo en la infancia, pero subraya que el episodio con el que más se le quiere retratar, el intento de comprar un título nobiliario, era algo bastante habitual en la época. «Con él ha habido bastante animadvers­ión por parte de los historiado­res -apunta-. A la muerte de Goya, la mayor parte de los cuadros los vendió su hijo Javier, no su nieto, que tenía solo los que su abuelo le regaló personalme­nte, y recibiría posteriorm­ente algunos más pero por herencia de su mujer. Y cuando falleció Javier, Marianito vivía en un Principal de unos 400 metros cuadrados en la calle de Alcalá, la zona de moda de Madrid. Tenía dos criadas, un criado... Años después, cuando falleció, aún estaba buena situación económica».

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HERALDO Autorretra­to de Goya que se conserva en Castres.

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