En un mundo que ya no canturrea
Mis primeros recuerdos al finalizar los 40 tienen un fondo musical. Las mujeres cantaban mientras limpiaban o cocinaban, los hombres canturreaban o silbaban en el trabajo. En Aragón, las rondallas se nutrían de jóvenes. Los niños y adolescentes en Barcelona crecíamos entre alegría de vivir y esperanza de futuro. Ya sé que esto no suena bien a quien pretende que los años de la posguerra no fueron alegres. Yo diría que incluso unieron a los españoles en el perdón y la expectativa de una paz para todos. A partir de los 60 , alcanzado cierto nivel económico, algunos decían: «Hoy se vive mejor». ¿Mejor en qué sentido? Sí, el dinero trae cierta felicidad, pero se fue perdiendo aquel espíritu de confraternización, de apoyo, y entramos en un mundo competitivo, despreocupado ya de los que quedaron atrás. ¿No vivimos metidos en nuestro miedo, al margen de las guerras en otro sitio o del hambre que ataca al 10% de la población mundial, o del calentamiento global, o del crimen que aumenta, o de los cien mil abortos anuales en España? No, ya no hay alegría íntima, hay que forzar un sucedáneo con propaganda engañosa, con droga, botellón y ruido a mansalva. Al barrendero que atiende el sector donde vivo, ‘el silbador’, le pregunto por qué hace más de un año que ya no le oigo silbar; me dice que algunos vecinos se quejaron. Hoy se prefiere el ruido de las terrazas, el chumba chumba de los coches, o como fondo en el supermercado, los gritos de madrugada, y no las canciones de un mundo más feliz, entonadas por un barrendero que transmite alegría natural mientras trabaja. Da miedo un mundo que ya no canturrea.
José Luis Sancho Sánchez
ZARAGOZA