Heraldo de Aragón

Pregunta desde el más allá

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Querido señor Azcón. Habrá oído que a veces los muertos se revuelven en la tumba. Es y no es una metáfora. No recuerdo ahora si llegamos a conocernos en vida. Le presento mis disculpas. Soy de una localidad que tiene una bella lengua, con muchos matices, con un vocabulari­o específico, Mequinenza. Estudié en Zaragoza, en el colegio de los Labordeta, y tuve como profesores a Rosendo Tello, que nos enseñaba con pasión la poesía con su rotunda voz de oleaje, y al propio Miguel Labordeta. En una ocasión gané un premio y publiqué en la revista ‘Samprasara­na’ una ‘Leyenda de Mequinenza’.

Más tarde, me dediqué a la pintura y luego, con Edmón Vallés de maestro inicial, y después Pere Calders, empecé a redactar cuentos. Y de los cuentos pasé a las novelas. Me gustaba mucho narrar las historias de las odiseas por el Ebro y el Segre, y hallar esas criaturas que parecían soñadas por Joseph Conrad. Así, poco a poco, sin renunciar a mi vocabulari­o y a la memoria de mi familia y de mis paisanos –tenderos,

navegantes, mineros…– publiqué libros como ‘Camí de sirga’ o ‘La galeria dels estatues’, donde invento una ciudad metafórica, Torrelloba, que no es otra que la Zaragoza de la que fue usted alcalde. Y así con humor, amor y melancolía fui dando rienda suelta a mi imaginació­n, a mis seres y a un lenguaje conectado con los míos. Rara vez he escrito en prensa: he preferido siempre traducir clásicos e incluso algunos libros galantes o eróticos, tenía la sensación de que ensanchaba mi lenguaje, mequinenza­no, pero también inmerso una tradición más amplia.

Recibí bastantes premios en Cataluña e, incluso, términos de mis libros que no estaban en los diccionari­os pasaron a integrarlo­s. Seguro que sabe incluso que fui de los candidatos posibles al Premio Nobel. Me han traducido a una treintena de lenguas del mundo por lo menos. Le oí hace unos meses que en Aragón no se habla catalán, y tampoco aragonés (¡qué dirá mi querido Ánchel Conte en su cielo!) y no, no he podido contenerme. Los amigos muertos, y algunos vivos, me dicen: «Por favor, Jesús. No te metas». No me meto, pero tengo una duda terrible o dos: «Si en Aragón no se habla catalán, ¿en qué lengua he escrito yo?». Siempre había pensado que mi lengua era anterior al fantasma del independen­tismo. Me han dicho que usted es educado y no teme pregunta alguna. «¿No me quitarán el Premio de las Letras Aragonesas de 2004, verdad?». Qué alegría que haya recibido el galardón Irene Vallejo, nuestra Scherezade en carne mortal. Mil gracias. Le saluda con respeto y en polvo, que no en olvido, Jesús Moncada.

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