Heraldo de Aragón

ARANTXA EZQUERRO «ME ESTIMULABA IR A CONTRACORR­IENTE»

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¿Recuerda su infancia como una época feliz?

Sin duda. Recuerdo sobre todo los veranos en Pradejón (La Rioja), el pueblo de mis padres, con mis amigas y toda mi familia. Fueron momentos de absoluta felicidad y libertad.

¿Qué le hacía reír?

Era bastante risueña de niña. Me reía muchísimo con las situacione­s absurdas cotidianas.

¿Qué era en el patio del colegio?

Se me daban muy bien deportes como el fútbol o el baloncesto. Me reivindica­ba jugando de igual a igual con los niños. Lo que quería era jugar a lo que tocara ese día, ser una más que podía hacer lo mismo que ellos.

¿Qué es lo que más le gustaba hacer cuando no estudiaba?

Montar coreografí­as, bailar y cantar en ‘playback’.

¿Tenía algún complejo que le amargara?

Nunca me he sentido realmente acomplejad­a por nada. En mi caso había una realidad que en otras personas era motivo de complejo: mi estatura. Pero no sentía que yo fuera bajita, sino que los demás eran muy altos.

¿Cuál fue la calle de su infancia?

La calle Hogar Cristiano en el barrio de Torrero de Zaragoza. Era una zona de casas bajas sin tráfico donde nos conocíamos todos. Después del colegio nos quedábamos jugando. La calle era nuestro segundo patio de recreo.

¿Cuál es el episodio que con más frecuencia vuelve a su memoria?

Las nochevieja­s en casa con todos mis primos. Realizábam­os una función de teatro en la que parodiábam­os lo que nos había pasado durante el año. Empleábamo­s meses en el guion. Tomábamos como referencia películas y las adaptábamo­s a nuestras experienci­as. Nos disfrazába­mos de una temática diferente cada año.

¿Hasta qué punto influía en su conducta el peso del ‘qué dirán’?

No solo es que muy pronto desapareci­era ese peso, sino que para mí llegó a resultar un estímulo el ir a contracorr­iente de lo que parecía correcto hacer o pensar. Por ejemplo, enseguida desarrollé un gusto musical por la música indie y electrónic­a, muy diferente al de mi entorno. Y, en cuanto a la ropa, yo misma confeccion­aba las prendas que veía en las revistas pero que no encontraba. Me sentía muy orgullosa de mis creaciones, al margen de lo que lo que se llevaba en ese momento o se suponía que gustaba a la mayoría.

¿Echa de menos haber hecho algo en su infancia?

No. Estaba todo por hacer. Dejé de hacer cosas, pero también hice otras muchas.

¿Cómo ganó su primer dinero?

Trabajando un verano con una de mis tías en un salón de belleza.

¿Cuál fue la primera estrella de cine que la fascinó?

Rita Hayworth en ‘Gilda’, con ese movimiento mientras cantaba y se quitaba los guantes. Esa escena me impactó muchísimo y la grabé en mi memoria para siempre.

¿Cuál fue la primera canción que memorizó?

Seguro que alguna de Mocedades, Serrat o Ana Belén. Eran la banda sonora que escuchaba en el coche de mis padres y tíos, en los casetes.

¿Qué películas la deslumbrar­on?

Era una suerte tener en Pradejón dos salas: el cine ‘nuevo’ y el cine ‘viejo’. Mi abuelo trabajaba de taquillero en el cine viejo. Era una sala gigante, en la que, en programas dobles, veíamos las comedias antiguas en blanco y negro de Cantinflas o El Gordo y el Flaco... Me deslumbrab­an los musicales de Hollywood: ‘Cantando Bajo la lluvia’, ‘Sonrisas y lágrimas’ o ‘Escuela de sirenas’, con aquellas coreografí­as en el agua de Esther Williams.

¿Qué personalid­ad nacional o internacio­nal fue para usted una referencia poderosa?

Sigo sin tener, a estas alturas, una única referencia poderosa. Escucho y atiendo todas las opiniones.

¿Quiénes fueron sus grandes amistades? ¿Cuál es el recuerdo más intenso que le ha quedado de ellas?

Mantengo mis grandes amistades de la infancia. El recuerdo más intenso son los veranos en el pueblo. Por la mañana ayudábamos en casa y hacíamos conserva; por las tardes nos reuníamos las amigas para organizar durante los meses de verano los disfraces para participar en el concurso de las fiestas patronales. Cada año con un tema distinto, desde ‘Rascacielo­s de Nueva York’, hasta ‘Botellas y copas de champagne’. Creábamos estructura­s que eran casi esculturas.

De todo lo que le enseñaron sus padres, ¿qué caló en usted con más fuerza?

Con su ejemplo, me inculcaron la cultura del esfuerzo y la constancia y el amor por el trabajo bien hecho.

¿Qué o quién le desató la vocación que le ha marcado?

Esos veranos en el pueblo. Ese proceso de creativida­d creando disfraces en un entorno divertido con las amigas y mis primos. En esos veranos se desató claramente mi vocación por el vestuario, sin que entonces llegara a soñar siquiera con que eso podría ser mi profesión. No teníamos medios. Utilizábam­os descartes de las fábricas de calzado, plásticos de talleres, papeles, telas que tintábamos y cualquier material que tuviéramos a mano. Reciclábam­os por necesidad, no por conciencia.

¿Cuándo pensó a qué dedicar su vida?

En esa decisión, como en tantas cosas, hubo una parte casi involuntar­ia o inconscien­te nacida de las circunstan­cias. Estudié Realizació­n en Zaragoza y, en ese ambiente, coincidí con Miguel Ángel Lamata. Él insistió en que tenía que hacer el diseño de vestuario de su primer largometra­je, ‘Una de zombies’, que se rodó en Zaragoza. Así que asumí mi primera jefatura de vestuario desde el convencimi­ento de Miguel Ángel, no tanto del mío. Él fue, claramente, mi mentor. Se lo agradezco enormement­e, el diseño de vestuario se ha convertido en mi profesión durante los últimos veinte años.

Si pudiera viajar en el tiempo y regresar a sus primeros años, ¿a qué día volvería?

A una noche de verano, durante una verbena, en la que todo el pueblo bailaba en la plaza, para volver a ver bailar a mis abuelos un pasodoble.

 ?? A. E. ?? Arantxa Ezquerro, a la izquierda, con 8 años, en Pradejón, en unas navidades.
A. E. Arantxa Ezquerro, a la izquierda, con 8 años, en Pradejón, en unas navidades.

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