Heraldo de Aragón

Las medidas del cuerpo y las matemática­s

- Raquel Villacampa Gutiérrez Raquel Villacampa Gutiérrez es profesora de Geometría y Topología de la Universida­d de Zaragoza Este artículo ha sido facilitado por The Conversati­on España

Las medidas del cuerpo humano han generado más de un dolor de cabeza. ¿Qué mujer no tiene en mente las inalcanzab­les 90-6090? Pero un cuerpo de mujer o de hombre puede medirse de muchas maneras diferentes. Y la perfección es siempre relativa.

Para Leonardo da Vinci, el cuerpo de Marilyn Monroe era un despropósi­to. Para la topología, lo de menos son nuestras formas.

Antes de definir el metro, para medir los cuerpos se establecía­n proporcion­es entre sus diferentes partes utilizando alguna como referencia. El objetivo de conseguir figuras humanas armoniosas que pudieran ser utilizadas en pintura o arquitectu­ra pasaba por plantear preguntas como: ¿en qué proporción debe estar la mano en relación al brazo? ¿Y el brazo en relación al cuerpo?

La unidad de medida por excelencia para el cuerpo humano es la cabeza. Existen referencia­s a estas ideas en esculturas de la Grecia clásica, como en la Venus de Milo (siglo II a. C.), con proporción de 8 cabezas. Podríamos decir, según este canon, que el cuerpo perfecto y proporcion­ado oscila entre 7 y 8 cabezas.

El detalle de las proporcion­es entre las distintas partes del cuerpo aparece en el ‘Estudio de las proporcion­es ideales del cuerpo humano’ (o ‘El hombre de Vitruvio’)

de Leonardo da Vinci. Este dibujo, realizado en 1490 a partir de las minuciosas descripcio­nes del arquitecto romano Marco Vitruvio en su libro ‘De Architectu­ra’ (año 15 a. e. c.), representa un hombre desnudo en dos posiciones inscritas en una circunfere­ncia y en un cuadrado.

En este libro podemos leer, por ejemplo: «El rostro, desde la barbilla hasta la parte más alta de la frente, mide una décima parte de su altura total». Y también: «La cabeza, desde la barbilla hasta su coronilla, una octava parte del cuerpo». Del mentón hasta la base de la nariz, mide una tercera parte del rostro, y a la frente le correspond­e otra tercera parte. En cuanto al pie, «equivale a una sexta parte de la altura del cuerpo; el codo, a una cuarta parte, y el pecho a una cuarta parte». Finalmente, el ombligo es «el punto central natural del cuerpo humano».

En el hombre de Vitruvio el cuerpo es simétrico. Trazando una línea recta desde la cabeza, pasando por la nariz y el ombligo, queda dividido en dos mitades en simetría especular.

Pero aunque lo parecen, en realidad estas dos mitades no son idénticas: no mide lo mismo nuestro brazo derecho que el izquierdo, ni tenemos los ojos colocados a la misma distancia de la nariz. De hecho, nuestras asimetrías nos hacen bellos y singulares. Es posible probar a reconstrui­r nuestros rostros en perfecta simetría y el resultado es sorprenden­te.

En el interior de nuestro cuerpo hay muchas matemática­s que tienen que ver con el tamaño. Por ejemplo, todos nuestros vasos sanguíneos colocados en línea medirían unos 100.000 kilómetros. ¿Cómo podemos almacenar toda esa cantidad de venas y arterias en nuestro interior? La respuesta la tienen los fractales. La red arterial se ramifica en millones de vasos que se subdividen hasta su mínima expresión, alcanzando todas las células y llegando hasta treinta niveles de divisiones.

El concepto fractal proviene del latín ‘fractus’ (fracturado, roto o irregular). Se atribuye al matemático polaco Benoit B. Mandelbrot, y apareció por primera vez en su artículo de 1967 ‘¿Cuánto mide la costa de Gran Bretaña?’. La pregunta, que parece retórica, no es inmediata de responder. De hecho, no podemos determinar su longitud pues esta depende de la escala considerad­a: cuantos más detalles minúsculos queramos medir, mayor será esta longitud. Y esta es una propiedad que no tienen los objetos ‘normales’: una mesa mide lo mismo aunque hagamos ‘zoom’ y volvamos a medir.

Los objetos fractales se caracteriz­an por ser demasiado irregulare­s para ser descritos en términos geométrico­s tradiciona­les. Y esto es justamente lo que sucede con los vasos capilares del cuerpo humano. Ya sabíamos que no somos sencillos.

¿Y si miramos nuestros cuerpos desde otra perspectiv­a? Todo lo anterior está referido a la geometría, rama matemática para la que el tamaño importa. Sin embargo, existe una disciplina dentro de las matemática­s para la cual el tamaño o las medidas no son relevantes y que estudia propiedade­s de los objetos que se preservan con independen­cia del tamaño o la forma del objeto: la topología.

Podemos poner ejemplos sencillos en nuestros cuerpos. Una cicatriz en nuestra piel se preserva aunque engordemos, adelgacemo­s o pasen los años. O los ‘piercings’: un agujero en nuestra piel se mantiene eternament­e. O los hermanos siameses, que nacen unidos: esa unión se preserva aunque haya otros cambios en sus cuerpos.

A la topología se la conoce como ‘geometría de plastilina’. Para ella, dos objetos son iguales si podemos transforma­r uno en otro alargando, encogiendo o suavizando esquinas y bordes.

Lo que está prohibido es hacer nuevos agujeros. Por tanto, a la topología el tamaño no le importa. Para ella no existen proporcion­es ni simetrías ni nada. Si existe una asimetría facial, ningún topólogo o topóloga aconsejará acudir a un cirujano plástico. Según la Biblia, el primer topólogo fue Dios, y Eva el primer objeto topológico, ya que fue creada moldeando una costilla, como si de plastilina se tratara.

A la vista de la topología, podemos concluir que nuestros cuerpos son perfectos, ideales, maravillos­os. Sus formas o tamaños no importan, y si alguien lo pone en duda, solo debe ver el mundo desde otra perspectiv­a.

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