El amor zaragozano de Julie de Lespinasse
Hace ocho años que me retiré del mundo», afirmaba la escritora francesa Julie de Lespinasse en 1774, unos meses después del fallecimiento del marqués de Mora. Ocho años habían pasado desde su primer encuentro, cuando ella tenía 34 años y él 22. Casi una década de una pasión complicada, marcada por la enfermedad y la distancia. Estas líneas trazan la historia olvidada que Julie de Lespinasse, de quien se habló como «el latido más fuerte de todo el siglo XVIII», vivió con un joven aristócrata de Zaragoza que perdió la vida apenas entrado en la treintena.
Las escritoras francesas –desde Madame de Sevigné hasta Annie Ernaux– han evocado frecuentemente amores desdichados. Sin embargo, si actualmente el diario y la autoficción cumplen una función testimonial de esos sufrimientos amorosos, en el pasado este rol lo desempeñaron las cartas. Así lo refleja la correspondencia de Julie de Lespinasse y de otros autores de la segunda mitad del siglo XVIII, momento cumbre de una cultura cortesana, libertina y hedonista que se refleja en la vida y las obras del marqués de Sade o en Las amistades peligrosas, novela epistolar de Choderclos de Laclos.
Por aquel entonces, en 1764, un muchacho zaragozano llegó al París prerrevolucionario. José Pignatelli de Aragón y Gonzaga (1744-1774) tenía veinte años cuando acompañó a su padre, conde de Fuentes, en su nuevo destino como embajador de España en Francia, después de haber ejercido este cargo en Turín y en Londres. Cuando el joven marqués de Mora llegó a París ya era viudo y padre de dos niños; su esposa, hija del conde de Aranda, acababa de morir de sobreparto. Las crónicas afirman que José era un muchacho de gran belleza, de ojos «negros, ardientes y expresivos», en palabras de Pierre de Ségur. Según este autor, su llegada a la corte de Luis XV despertó pasiones.
En la capital francesa se instaló en el hôtel Soyecourt, un elegante palacete dieciochesco, aún hoy en pie, en el que tuvo su sede la embajada española durante los reinados de Luis XV y Luis XVI. Para cuando el joven José tomó aposento, ya se encontraban en París los dos secretarios de su padre, también aragoneses: Fernando de Magallón y Juan Pablo de Aragón, duque de Villahermosa.
En aquella época, las relaciones entre Francia y España eran buenas, lo que favoreció el ascenso de estos diplomáticos en la corte de Luis XV, siendo invitados a los mejores salones –tertulias literarias, filosóficas y mundanas organizadas en los palacetes parisinos–. Sus anfitrionas solían ser mujeres de la alta sociedad, las llamadas salonnières, quienes invitaban a sus residencias a filósofos, músicos, poetas y políticos y ejercían un rol de dinamizadoras de estas veladas, en las que participaban activamente.
Los enciclopedistas
Con el objetivo de cultivarse, el marqués de Mora entró en contacto con los llamados enciclopedistas, aquellos sabios que al albor de la Ilustración compusieron la primera enciclopedia, dirigida por Denis Diderot y Jean le Rond D’Alembert.
Buena amiga del segundo era Julie de Lespinasse, una de las más célebres salonnières de París, anfitriona de su propia tertulia desde 1764. Dos años después conoció a José de Pignatelli. Las cartas de la escritora reflejan la impresión que el joven marqués de Mora provocó en ella:
«Una efigie llena de bondad y placer, que inspira confianza y amistad, un carácter amable y afable, sin ser anodino, una calidez suave sin ira, una mente firme y justa, llena de rasgos y luz, un corazón, ¡ah! ¡qué corazón!».
Pocos días después, un asunto familiar obligó a José a regresar a España hasta el otoño siguiente.
Fue entonces cuando, de nuevo instalado el hôtel Soyecourt, volvió a frecuentar a Lespinasse, surgiendo entre ellos una pasión impetuosa, correspondida e ininterrumpida durante el invierno y la primavera de 1768. Gracias a su contacto con Lespinsasse, el marqués de Mora y el duque de Villahermosa fueron recibidos por Voltaire en Ginebra, pasando varios días en su casa.
El historia entre la ‘salonnière’ y el joven zaragozano se prolongó durante 1769. Para entonces, José manifestó achaques asociados a la tuberculosis, enfermedad agravada en el glacial invierno parisino. Además, el conde de Fuentes se negó rotundamente al compromiso de su primogénito con una dama francesa notablemente más mayor que él y sin dote que aportar a la maltrecha economía familiar, muy mermada por los lujos con los que vivían en París.
Durante 1770 el marqués pasó algunas temporadas en el monasterio de Veruela, donde las curas con aire frío aire del Moncayo eran recomendadas para enfermos de tuberculosis. De poco sirvió, en enero de 1771 vivió una crisis de su enfermedad: «Violentos vómitos de sangre, fiebre terrible y desmayos tan largos y profundos que se temía que no se despertase más». La solución que su familia encontró fue enviarlo a Valencia, donde recuperó temporalmente la salud.
Dolorosas separaciones
¿Qué ocurría durante estas separaciones entre Julie y su amante? La espera era la cadencia que marcaba su relación, pues el correo procedente de España llegaba a París dos veces por semana. Mucho tiempo después, Roland Barthes dirá que la espera es la base del enamoramiento. Julie esperaba esas cartas y, según las crónicas, su llegada le provocaba una excitación convulsiva. La espera del marqués desde Valencia no era tampoco mesurada y, finalmente, desoyendo los consejos de los suyos, regresó a París, donde retomó su idilio interrumpido y continuó frecuentando los salones mundanos, consiguiendo reconocimiento social. Finalmente, en octubre de 1771, Luis XV le invitó a pasar diez días al palacio de Fontainebleau. Durante la separación la escritora apenas salió de su habitación, escribiendo dos cartas al día al joven.
De nuevo la crudeza del invierno parisino agravó la salud de José. Su médico le envió a pasar el mes de agosto de 1772 en una estación termal pirenaica. A partir de entonces su salud no remontó. Su madre murió en 1773 de la misma enfermedad. Con ambos convalecientes, los Pignatelli intentaron a toda costa que José abandonase el proyecto de casarse con Julie.
Finalmente, en la primavera de 1774, poco después de cumplir sus treinta años, José dejó Madrid rumbo a París. Nunca llegó a reunirse con Julie pues sufrió una hemorragia fatal en Burdeos. Todavía tuvo fuerzas para escribirle una última carta: «Iba a volver a veros. Debo morir. ¡Qué terrible destino! Pero vos me amabais y aún me hacéis sentir bien. Muero por vos». El cadáver del marqués de Mora portaba en sus dedos dos anillos. Uno tenía trenzado un mechón del cabello de Julie. El otro, una sencilla sortija de oro con la inscripción: «Todo pasa, excepto el amor». Dos años después falleció, también de tuberculosis, Julie de Lespinasse.