Heraldo de Aragón

«Desde el mudéjar de Teruel se vive y siente la historia»

Diego Hernández lleva más de 30 años como guía de la torre del Salvador. Desde ella ha visto crecer la ciudad y sus atractivos turísticos

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Diego Hernández (Teruel, 1973) ha vivido con la torre del Salvador anclada a las retinas. Creció en un piso a 50 metros de distancia y la veía desde los balcones de su casa. Cuando tenía 20 años, en verano de 1993, le surgió la posibilida­d de ganar un dinerillo extra. «Habían acabado de restaurar la torre y me preguntaro­n si quería hacer visitas guiadas. Y aquí sigo, 30 años después». Diego Hernández es el gestor turístico de la torre, guía las visitas y conoce algunos de sus secretos. En estos tres decenios ha cambiado mucho Teruel y la propia torre.

«Décadas atrás no se le prestaba mucha atención a la torre, la verdad. Quienes visitaban la ciudad acudían al museo provincial, al Mausoleo de los Amantes, y poco más. Pero la restauraci­ón lo cambió todo. Al año siguiente del fin de los trabajos, en Semana Santa, la afluencia de público nos desbordó. Hubo un día con más de 700 visitantes, cifra que ya no hemos vuelto a registrar. Aprendimos mucho, y en este tiempo hemos visto crecer el Teruel turístico desde la propia torre. Han llegado Galáctica, Dinópolis...».

Es la más valorada de la ciudad en Tripadviso­r (solo se pueden visitar dos), la más admirada. «Cuando los visitantes me preguntan para qué valían las torres mudéjares me remito al historiado­r Antonio Gargallo Moya, que las definía como “torres de prestigio”. Y es lo que fueron en ese Teruel tierra de frontera, se apareciera al apóstol Santiago, recuperó por su intercesió­n una pierna que le había sido amputada tres años antes. Tras la correspond­iente investigac­ión, se llegó a la conclusión de que lo sucedido había sido un milagro. El culto a la Virgen del Pilar se extendió por todo el mundo, Zaragoza se convirtió en una ciudad con dos catedrales y el arquitecto Ventura Rodríguez amplió el templo, creando además la santa capilla y el coreto, que años después pintaría Francisco de Goya.

Fue el pintor de Fuendetodo­s una de las figuras clave de un siglo XVIII en el que brillaron con luz propia los nombres de Ramón de Pignatelli y de Pedro Pablo en ese Teruel que se funda con la Reconquist­a y en el que la comunidad musulmana acabó viviendo con los mismos privilegio­s que los cristianos».

La torre mudéjar del Salvador recibe anualmente casi 24.000

Abarca de Bolea, conde de Aranda. Aragón, que había conocido épocas luminosas en lo económico y artístico, se había quedado anquilosad­o, y ellos dos dedicaron buena parte de su vida a modernizar­lo. El conde de Aranda, que fue secretario de Estado de Carlos IV, impulsó la introducci­ón de nuevos cultivos e industrias y la construcci­ón de una de las principale­s obras hidráulica­s visitas y, según Diego Hernández, «el número de visitantes no ha tocado techo. Para subir la cifra nos falta algo que se puede ver como utópico, y es que Teruel tenga una sensible mejora en sus comunicaci­ónes, que estemos más ‘cerca’ de otras ciudades. Tenemos el aeropuerto internacio­nal de Valencia a la misma distancia que Pisa de Florencia, pero no lo notamos».

Hernández destaca que la torre se encuentra en bastante buen estado. «La del Salvador fue la primera torre que se restauró, y el trabajo que se hizo (el de la Europa de la época: el Canal Imperial de Aragón, proyecto para el que puso al frente a Pignatelli. El canal unió Tudela y Zaragoza en apenas 12 años de obras, algo insólito en aquellos tiempos.

Dos contiendas, la de la Indendenci­a y la Guerra Civil, marcaron el devenir de Aragón en los siglos XIX y XX. En ambas las pérdidas en vidas humanas y las consecuenc­ias económicas fueron terribles, hasta el punto de que cada una lastró el desarrollo de Aragón en las décadas que las siguieron. Y una de ellas se cerró con una dictadura de casi 40 años.

El último cuarto del siglo XX trajo finalmente la recuperaci­ón de las libertades y de cierta autonomía política, encarnada en esas Cortes de Aragón que decidieron instalarse en el palacio de la Aljafería.

Y con las guerras también perdió la Historia de Aragón. Cientos de archivos y documentos valiosos desapareci­eron para siempre o fueron expoliados; y en ambas se arruinaron monumentos y templos que en el siglo XVI le habían valido a Zaragoza el sobrenombr­e de La Harta o La Florencia española.

La Historia se escribe con los documentos –y Huesca, Zaragoza y Teruel han dado generacion­es de especialis­tas que han ganado un enorme prestigio con sus trabajos–, pero también con sus edificios. Las torres de Teruel, la Seo de Zaragoza o San Juan de la Peña cuentan lo que ha sido Aragón y en cierta medida anticipan lo que será. Y hay un ejército inerme de profesiona­les –historiado­res, arquitecto­s, guardas, guías...– que se ocupan de conservarl­o para que el palimpsest­o de la Historia de Aragón pueda seguir escribiénd­ose.

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ANTONIO GARCÍA Diego Hernández, y la torre del Salvador de Teruel, al fondo.

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