Heraldo de Aragón

DECISIONES SOBRE EL ASFALTO >LA ÉTICA DE LAS MÁQUINAS

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ellos, no estando claro todavía si los nuevos puestos de trabajo creados a su albor compensará­n la previsible pérdida, o reconversi­ón, de empleo en numerosos, por no decir todos, sectores, incluido por supuesto el sector de la movilidad y el transporte.

La propiedad de los datos generados por los vehículos es otro de los temas abiertos: en el año 2014, casi en la antigüedad podríamos decir, la consultora McKinsey ya calculaba que los vehículos tenían una capacidad de cálculo equivalent­e a 20 ordenadore­s portátiles, utilizando alrededor de 100 millones de líneas de código de programaci­ón y procesaban hasta 25 Gb de datos ¡cada hora! ¿De quién es toda esa

RESPONSABI­LIDAD DISTRIBUID­A Hay pocas actividade­s cotidianas con tanta carga moral o ética como la conducción de vehículos a motor. Sentarse tras el volante de un coche, una furgoneta, un autobús, un camión o una motociclet­a constituye sin duda una de las pocas actividade­s, por no decir la única, en las que la mayoría de las personas podemos provocar un daño irreparabl­e a otras a lo largo de un día normal de nuestras vidas: un error al volante, un despiste, una infracción… puede causar la muerte de otra persona o la nuestra propia. En el tráfico vial, negociamos velocidad o tiempo de desplazami­ento a cambio de vidas; esa es la realidad. Hemos aceptado esa responsabi­lidad distribuid­a individual y la hemos diluido hasta normalizar­la y restarle importanci­a: «El precio del progreso», como hace años tristement­e les dijeron a representa­ntes de una asociación de víctimas.

Pero ¿qué pasa cuando alguien, normalment­e un ingeniero o una ingeniera de ‘software’ que debe traducir a lenguaje de programaci­ón determinad­os parámetros definidos por los diseñadore­s, escribe un código que debe decidir, en el peor de los casos, entre continuar recto y atropellar a un peatón que cruza la vía o esquivarlo, chocar contra un muro y provocar la muerte de su conductor? Este fue el objetivo del experiment­o ‘Máquina moral’ (en inglés, ‘Moral Machine’) realizado a finales de la pasada década por investigad­ores de, entre otros centros, el MIT, en Estados Unidos, o la Escuela de Economía de Toulouse, en Francia. El resultado final es que era ‘mejor’ atropellar a una persona anciana con un bastón que a una joven madre con un carrito de bebé, una conclusión que, en otra cultura o en otro contexto, podría ser diferente. Las máquinas nunca deberían plantearse ese tipo de dilemas. ingente masa de datos: del conductor que los genera, del propietari­o del vehículo, de su constructo­r, del ayuntamien­to que le permite circular por sus calles…?

También la cibersegur­idad es un aspecto crítico, para que no suceda como en la película ‘Yo, robot’, en la que Will Smith tiene que enfrentars­e al hackeo o secuestro de los mandos de su vehículo en una de las escenas más memorables de dicha obra cinematogr­áfica, basada como sabemos en un excelente libro de Isaac Asimov del año 1950 en donde se postularon por primera vez las tres leyes fundamenta­les de la robótica.

Como en ‘Oppenheime­r’, la ganadora de los últimos premios Óscar, y al igual que también sucede en la saga de películas ‘Terminator’ iniciada en el año 1984 por su escritor y director James Cameron y protagoniz­ada desde entonces hasta la última entrega del año 2019 por Arnold Schwarzene­gger y Linda Hamilton, todavía está por ver si la IA salvará a la humanidad de sus errores y nos ayudará a superar con éxito retos como la insegurida­d vial. Pero la oportunida­d está delante de nosotros y deberíamos poder aprovechar­la. La inteligenc­ia artificial son datos, algoritmos, aprendizaj­e y, sobre todo el uso que le demos a todo ello: ¿estará la humanidad a la altura de los desafíos actuales?

JESÚS MONCLÚS DIRECTOR DEL ÁREA DE PREVENCIÓN Y SEGURIDAD VIAL DE FUNDACIÓN MAPFRE

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