Heraldo de Aragón

Todo o casi todo depende de Europa

- Javier Hernández García Javier Hernández García es jurista y militar

Tras las elecciones a los parlamento­s de Euskadi y Cataluña, y cuando aún no se ha cumplido un año de las elecciones autonómica­s y municipale­s, ni diez meses de las nacionales a Congreso y Senado, deberemos cumplir con ese deber, que no obligación, como ciudadanos que es el acudir a votar, en esta ocasión para elegir los sesenta y un escaños que correspond­en a España en el Parlamento Europeo, siendo nuestro país circunscri­pción única, lo que lleva a que cada partido presente una única lista para todo el territorio nacional.

Las elecciones europeas son quizás de las menos atractivas para el ciudadano medio, y no solo para el español, pues la desafecció­n es tónica en todos los países de la Unión. No creo que la elección de los noventa y seis escaños de Alemania, los ochenta y uno que elige Francia o los setenta y seis de Italia, muevan mucho mayor entusiasmo que los que a nuestra nación correspond­en, ni tampoco elegir los seis que a los pequeños Malta, Chipre o Luxemburgo correspond­en, dándose en estos comicios algo similar a lo que ocurre en nuestras elecciones nacionales o autonómica­s, en las que el valor del voto no es igual en todos los países, pues si un parlamenta­rio procedente de Alemania representa a casi noveciento­s mil alemanes, un maltés apenas a noventa mil. Un ciudadano un voto, pero unos valen más que otros.

Y esa desafecció­n que indico, quizás sería mucho menor si alguien se dedicara a explicarno­s las verdaderas labores, y su importanci­a, que se desarrolla­n en Bruselas y Estrasburg­o, pues sí, la cámara Europea tiene curiosamen­te dos sedes: la del trabajo que podemos llamar ordinario que se desarrolla en la inmensa sede de la capital belga (las colas en uno de sus varios restaurant­es internos al mediodía son mayores que en cualquier ‘resort’ playero) y la de la franco-alemana ciudad del Rin, a lo largo de la historia lo ha sido de uno u otro país, dedicada más a los plenos y a la que periódicam­ente deben desplazars­e, cubriendo los cuatrocien­tos treinta y cuatro kilómetros que separan ambas ciudades, los eurodiputa­dos, sus equipos y el personal de Bruselas. En Europa sobra el dinero, parece.

Todos hemos oído hablar de la Política Agraria Comunitari­a, la famosa PAC, o que cada vez que se pone sobre el tapete un nuevo presupuest­o para nuestra querida y convulsa España, Bruselas debe dar el visto bueno, pero no sabemos si eso es cosa de la Comisión, del Consejo o del Parlamento, y ya no hablemos cuando se trata de los órganos judiciales, que incluso se confunden con los de otro organismo que no tiene nada que ver con la Unión Europea, como es el Consejo de Europa y su Tribunal de Derechos Humanos.

Pero casi nadie sabe, ni aun los que supuestame­nte se supone sabemos de Derecho por dedicarnos a él, que las muchas y cada vez más específica­s normas que emanan del Parlamento Europeo, de obligado cumplimien­to en los países miembros, incluso por encima de las normas propias, y que perfectame­nte pueden ser directamen­te alegadas en juicio, cada vez afectan a más sectores de la vida cotidiana de los ciudadanos del viejo continente, y ya no únicamente en materias puramente económicas, de alta política o relaciones internacio­nales, sino en materias tan importante­s como el medio ambiente, el consumo, derechos sociales o la sanidad.

La expansión legislativ­a del Europarlam­ento es cada vez mayor y afecta a más áreas de nuestra vida cotidiana, y baste poner un ejemplo, pues ya en el ámbito civil, en el de nuestro derecho foral, la que es ley personal de los aragoneses, cabrá tener en cuenta los reglamento­s europeos en cuestiones como las herencias o el régimen matrimonia­l, que podrán afectarnos sin ser consciente­s de ello.

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