El ejercicio del poder ‘doma’ a la primera ministra italiana
ROMA. En la lista de frases célebres de Giulio Andreotti, que fue siete veces jefe de Gobierno en Italia, hay una que resulta particularmente difícil de olvidar: «El poder desgasta a quien no lo tiene». Lo que no comentó Andreotti es cómo el propio ejercicio del poder ‘doma’ a los políticos que mantenían posiciones extremas cuando estaban en la oposición. La última demostración de ello lo ofrece Giorgia Meloni, que en los 19 meses que lleva como primera ministra italiana ha tranquilizado a quienes temían que, tras su victoria en las elecciones, el país iba a comenzar una deriva autoritaria o antieuropeísta debido a las raíces ultraderechistas del partido que encabeza, Hermanos de Italia.
Durante los años que estuvo en la oposición, Meloni manifestó su deseo de sacar a su nación del euro al interpretar que la UE y la globalización tienen la culpa de la decadencia de su país. Una Italia que prometió volver a «levantar», como rezaba su lema en la última campaña electoral. También realizó continuas proclamas contra la inmigración ilegal e incluso contra aquellos extranjeros que abren negocios en suelo italiano, pero «hacen competencia desleal» al no pagar supuestamente impuestos. En su menú ideológico no faltó tampoco nunca la defensa de la idea tradicional de familia frente a los ataques que, a su juicio, estaría recibiendo por parte de quienes defienden fórmulas más heterodoxas.
Tras convertirse en la primera mujer en liderar un Gobierno en Italia al frente de una coalición conservadora, Meloni ha ido atemperando tanto sus formas como el fondo de su discurso. Apenas utiliza ya los gritos con los que se hacía hueco cuando estaba en la oposición, mientras da muestras de que, más allá de las ideologías, la brújula que utiliza para gobernar es lo que considera de sentido común. Con ella a las riendas del poder en Italia, parece difícil que pueda profundizarse en el proyecto de integración europeo, pero tampoco hay riesgo de que vaya a salirse de la eurozona o a enrocarse en extremismos como el del húngaro Viktor Orbán.
En política exterior tampoco ha mostrado grietas al apoyar a Ucrania frente a la agresión rusa, mientras que en el ámbito económico no ha protagonizado excesivos volantazos. Su mayor fracaso lo constituye probablemente el no haber conseguido frenar la inmigración ilegal como prometió, aunque el fenómeno depende de factores que superan las competencias de cualquier Gobierno nacional. Otro de sus grandes lunares lo constituyen los intentos del Ejecutivo por amedrentar a los medios incómodos, al tiempo que somete a un férreo control a la Rai, la radiotelevisión pública.