La italiana de 102 años que une el antes y después de un quiosco
Antonieta Mangione fundó Flandes y Fabiola en el Parque Grande de Zaragoza y esta semana ha visitado Roto
Los caminos del belga Albert van Dyck y de la italiana Antonieta Mangione se cruzaron en Francia. Esta historia de amor surgió en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, pero la vida les llevó a Zaragoza. En la capital aragonesa, a finales de los años 50, abrieron dos quioscos en el Parque Grande. Ahora, Antonieta, a sus 102 años, ha regresado al lugar donde dedicó gran parte de su vida.
«Mira, mamá, esto era el Flandes y Fabiola», le contó este jueves su hija Rosa María al entrar a Roto, un establecimiento que se encuentra en el mismo lugar que el negocio de la centenaria italiana. La apariencia es diferente a cuando lo regentó esta familia.
«Primero abrieron Flandes, en el Cabezo de Buenavista, y a los dos años, el Flandes y Fabiola», recuerda la familia. El nombre de este emblemático establecimiento para los zaragozanos proviene del origen belga de Albert (flandes) y por la reina de su país (Fabiola). Con cariño, la hija de Antonieta muestra un paquete de fotografías y recortes de periódicos que recorren parte de la historia del quiosco.
«Aquí estábamos desde el desayuno hasta la cena, lo único que hacíamos en casa era dormir –asegura Rosa María–. El vermú era nuestro fuerte, de hecho, a veces se nos juntaba con la hora del café». Evoca una oferta gastronómica clásica, con especial protagonismo de patatas fritas, aceitunas rellenas y anchoas. «¡Sacábamos platos sin parar!», exclama Rosa María. Y para beber triunfaba la cerveza y el vermú con sifón.
La música también se recuerda como un atractivo. «Teníamos una sinfonola como en las películas americanas, donde los clientes elegían los discos, y también un gran espacio con un centenar de mesas, donde se escuchaba música hasta las tres de la madrugada», indica Félix Castellanos, otro familiar que también trabajó allí. El público era joven, en especial universitarios.
Toda la familia estaba implicada. «A mí me ponían una caja de cerveza para que cogiera altura y llegara a la fregadera», rememora Rosa María van Dyck, quien ahora lo revive entre risas, pero confiesa que entonces no le hacía ninguna gracia. «Teníamos una zorra que era una auténtica atracción», comentan Rosa María y Félix. Historias de Flandes y Fabiola como esta permanecen en la memoria de Zaragoza, ya que este quiosco se fue un icono del Parque Grande.