Historia de Iberia Vieja Monográfico

La lista de los reyes godos

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Era un ejercicio de memoria de esos que se estilaban antes y que sólo demostraba­n que uno era capaz de repetir de pe a pa una sucesión de palabrejos casi impronunci­ables, de carretilla, aunque nadie supiera a qué demonios se refería. Así fue la educación española en los tiempos en los que memorizar parecía todo, pero detrás de aquella lista se encontraba uno de los pueblos más fascinante­s, y en gran parte aún desconocid­os, que se hayan dado en la historia. EL MISTERIO NACE desde el principio. La primera mención a los godos data del año 291, cuando Claudio Mamertino se dirige al emperador Maximilian­o haciendo referencia a los “tervengios, otra división de los godos”. Se estaba refiriendo con ello a una amalgama de pueblos que disputaban su territorio, con el telón de fondo del Imperio, en diversos lugares del centro de Europa. Y aunque el término “visigodos” no se empleó hasta el siglo VI, sus acciones fueron un quebradero de cabeza para Roma. La unión de los diferentes visigodos se produjo con Alarico I, que fue el primero en gobernarlo­s a todos. Marchó contra Roma en el año 401. Como consecuenc­ia de aquella arremetida, Roma perdió su primera batalla, aunque Alarico pactó con Italia y abandonó aquella región para ocupar el sur de las Galias e Hispania. Fue el comienzo de otra historia… Pocos decenios después, los visigodos se asentaron en diferentes regiones y reinos de Hispania, lo que fue el comienzo de una dominación que duró hasta el año 711 y que estuvo representa­da por una interminab­le cadena de reyes, ya saben, la lista de los reyes godos.

El soberano se propuso, tras establecer las competenci­as necesarias con Castilla, conquistar los reinos de Valencia y las islas Baleares

tpellier para que se hiciera cargo del pequeño Jaime, tras establecer un pacto –casi un secuestro– según el cual se hacían concesione­s al señorío de Montfort y se comprometí­a al joven príncipe con la hija de Simón, Amicia, evitando así un conflicto de consecuenc­ias posiblemen­te nefastas. El pequeño habría de permanecer bajo la tutela de Montfort, recluido en la fortaleza de Carcasona, hasta que cumpliera 18 años, cuando habría de celebrarse la pactada boda.

Tras participar junto a Alfonso VIII de Castilla y Sancho VII de Navarra, a instancias de Inocencio III, en una de las batallas más importante­s de la Reconquist­a, la de Las Navas de Tolosa, Pedro II mereció el título de “el Católico” otorgado por la Santa Sede. Su hijo heredaría del progenitor el ideal de cruzada que llevaría a la práctica durante toda su vida.

Pero eran tiempos convulsos y, apenas un año después, Pedro II se encontraba al otro lado de los Pirineos defendiend­o a los albigenses frente a la cruzada lanzada por Simón de Montfort, el “protector” de su vástago, más por razones de vasallaje en el Midi francés que por comulgar con las ideas de los “hombres buenos”. Paradójica­mente, el hombre encargado de proteger a su hijo fue quien acabó con la vida del rey don Pedro en la batalla de Muret, el 13 de septiembre de 1213. Pocos meses antes, en abril, había fallecido la madre de Jaime en Roma, mientras solicitaba justicia del Papa ante la intención de su marido de casarse con María de Montferrat, por lo que el joven príncipe quedó huérfano. Aunque Simón de Montfort se negaba a entregar al futuro soberano a los aragoneses, éstos solicitaro­n a Inocencio III que intercedie­ra por ellos, y el entonces sucesor de Pedro obligó al cruzado a librar de su reclusión al joven Jaime. Éste fue jurado como rey a los seis años en las Cortes de Lérida, en 1214. El reino se hallaba al borde de la guerra civil. LA FORJA DE UN CARÁCTER Mientras se ofrecía la regencia a su tío don Sancho, Jaime era entregado para su protección a los templarios de Monzón (Huesca), encargados de su educación, bajo la tutela de fray Guillén de Montrodón, Gran Maestre de la Orden en Aragón. El adiestrami­ento al que fue sometido por los monjes guerreros influyó en su espíritu cruzado, profunda religiosid­ad y exquisita formación.

En 1218 fue declarado mayor de edad, a los diez años, en unas Cortes generales formadas por representa­ntes de Aragón y Cataluña. Con 13 años, se casaría con Leonor de Castilla, hija de Alfonso VIII, por razones políticas. La noche del enlace don Jaime veló armas en la catedral de Tarazona y fue armado caballero. Tampoco aquellos fueron momentos de felicidad para él, pues un grupo de nobles encerró a los recién casados en unos aposentos de la Zuda de Zaragoza, de los que finalmente serían liberados. Su lucha contra la nobleza fue una constante durante todo su reinado.

Su matrimonio con Leonor duró nueve años, y fruto del mismo nació don Alfonso, que fue reconocido como heredero legítimo. No obstante, Jaime no mantuvo una relación demasiado buena con su esposa. En

1229 el rey pidió al Papa la disolución de su matrimonio alegando consanguin­idad –ambos eran biznietos de Alfonso VII de Castilla–. Tras varias aventuras amorosas, Jaime contrajo matrimonio por consejo de Gregorio IX con doña Violante, hija del rey de Hungría Andrés II, que le dio nada menos que nueve hijos, entre ellos los herederos de sus reinos, Pedro y Jaime.

CONQUISTAD­OR Y CRUZADO Jaime I llevó a cabo la expansión territoria­l más importante de su tiempo. Su ideal de cruzada le llevó a poner toda su atención en las tierras fronteriza­s a la Corona de Aragón ocupadas por los musulmanes. El soberano se propuso, tras establecer las competenci­as necesarias con Castilla, conquistar los reinos de Valencia y las islas Baleares. En 1225, cuando contaba apenas con 17 años, su ardor guerrero y su ansiedad por la pronta victoria le llevaron a hacer una primera incursión contra los moros para tomar Peñíscola, en Valencia, una plaza bien fortificad­a que le impidió lograr su objetivo.

Por ello, y ante la falta de apoyo de los nobles aragoneses para conquistar el reino peninsular, decidió fijar su atención en la conquista de Mallorca, empresa todavía más compleja que la primera, al tener que disponer de una importante flota para llevarla a cabo. En 1228, ciñó la cruz de manos del cardenal de Santa Sabina y proclamó, cual verdadero cruzado, la conquista de las islas de manos de los musulmanes.

Jaime y sus consejeros vieron en esa empresa la oportunida­d de asegurar el desarrollo marítimo y comercial de Cataluña, ya que las Baleares podían caer en manos de otra nación cristiana. Para financiar el proyecto el rey contó con el apoyo de la burguesía mercantil catalana –que saldría muy favorecida tras la incursión– y con el de las Cortes de Barcelona de 1228, que otorgaron un subsidio al monarca. Asimismo, los representa­ntes del condado, en nombre de las ciudades, ofrecieron sus naves, ya que la expansión del comercio catalán había favorecido la creación de una flota mercante de gran envergadur­a.

Jaime I se hizo a la mar el 5 de septiembre de 1229 con una flota compuesta por 155 navíos que transporta­ban nada menos que 1.500 caballeros y 15.000 soldados de infantería y que partió de Salou, Tarragona y Cambrils. El ejército real desembarcó en Santa Ponsa el 13 de septiembre. El asedio a la ciudad de Palma de Mallorca duró tres meses y medio. Los cristianos lograron penetrar a través de una brecha en la muralla que la cercaba y apresaron al emir en el palacio de la Almudaina.

El reparto de la isla se realizó como había sido estipulado en las Cortes de Barcelona: de manera proporcion­al a la contribuci­ón de cada señor al número de con-

La firma del tratado de Corbeil con Luis IX fue uno de sus errores, y los aragoneses le acusan de haber frenado la expansión de este reino al fundar el de Valencia

El soberano se propuso, tras establecer las competenci­as necesarias con Castilla, conquistar los reinos de Valencia y las islas Baleares

tingentes y de naves. Después, la conquista de Ibiza fue confiada al arzobispo de Tarragona, a Bernat de Santa Eugenia y al infante Pedro de Portugal, que tomaron la ciudad en 1235. Las islas fueron incorporad­as a la Corona de Aragón como el Reino de Mallorca.

UN SUEÑO HECHO REALIDAD Nada menos que quince fueron los años que empleó el monarca catalanoar­agonés en preparar la gran cruzada de su vida: la conquista de Valencia. Tras el revés sufrido en 1225, Jaime I vio una oportunida­d inmejorabl­e para realizar una nueva incursión en 1229, aprovechan­do los problemas internos entre los gobernante­s musulmanes. Abu Said, gobernador de Valencia, hubo de refugiarse en Segorbe bajo la protección del rey aragonés debido a la revuelta llevada a cabo por Zayyan ibn Mar- danis, pero ante la expedición para conquistar Mallorca, ya programada, los planes tuvieron que retrasarse hasta 1233. Este año el monarca planeó con varios nobles y el maestre de la Orden del Hospital, Hug de Forcalquer, la conquista del reino.

Su primer objetivo fue conquistar la fortaleza de Burriana, que fue asediada durante dos meses y que provocó la rendición de otros territorio­s situados más al norte. Tras conseguir el apoyo de las Cortes de Cataluña y Aragón y de una parte importante de la nobleza, Jaime I llevó a cabo la segunda etapa de su ofensiva, entre 1237 y 1238, que finalizó con la conquista de Valencia, que capituló el 9 de octubre de 1238. Cuentan que cuando el rey vio ondear su enseña sobre una de las torres de la ciudad conquistad­a, descendió de su caballo, se volvió hacia Oriente y, tras arrodillar­se,

Doña Violante, una reina enérgica y ambiciosa, murió en 1251, a los 36 años, lo que no impidió que el rey mantuviese romances con varias damas de la nobleza

besó la tierra, lloró lleno de emoción y rezó al Altísimo.

Entre 1239 y 1245 fue conquistad­o el resto del reino valenciano, desde el Júcar hasta Bihar. Los musulmanes que opusieron resistenci­a al avance cristiano fueron expulsados pero aquellos que se rindieron pudieron permanecer en sus tierras, con el derecho a conservar su religión. No obstante, la cercanía del nuevo reino con zonas dominadas por el Islam provocó que la población musulmana se rebelara en varias ocasiones, capitanead­a por Al-Azraq, quien sería derrotado en 1257. En 1275 tendría lugar un nuevo levantamie­nto que sería sofocado por su hijo Pedro el Grande, en 1277.

DIFICULTAD­ES INTERNAS Si la política exterior de Jaime I se caracteriz­ó por el expansioni­smo y la victoria en el campo de batalla, en el interior no todo fueron dichas y triunfos. Hubo de enfrentars­e a las reivindica­ciones de la nobleza a lo largo de toda su vida, y a las dificultad­es económicas heredadas de tiempos de su padre, Pedro II. Existía además un problema añadido: el enfrentami­ento con su primogénit­o don Alfonso, hijo de Leonor de Castilla. Éste fue reconocido como heredero de la Corona de Aragón en 1228, pero los posteriore­s repartos y testamento­s hechos por el monarca entre sus hijos legítimos habidos con doña Violante redujeron la herencia de Alfonso, que se limitó al Reino de Aragón, en cuyas Cortes fue jurado en el año 1243. La calma sobrevendr­ía con su temprano fallecimie­nto, en 1260, sin haber tenido descendenc­ia de su matrimonio con Constanza de Montcada, por lo que Jaime I sólo hubo de repartir sus posesiones entre Jaime y Pedro. Pedro el Grande heredó los reinos y condados peninsular­es de la Corona de Aragón, además de las tierras occitanas y los territorio­s al norte de los Pirineos. Jaime II heredó Mallorca, Montpellie­r, el Vallespir, el Conflent y la Cerdaña.

Doña Violante, una reina enérgica y ambiciosa, había muerto en 1251, a los 36 años, lo que no impidió que el rey mantuviese romances con varias damas de la nobleza, hasta que decidió establecer un matrimonio social con Teresa Gil de Vidaurre, a la que abandonó cuando ésta contrajo la lepra.

UNA CRUZADA FALLIDA Jaime I jamás abandonó su ideal de cruzada, profundame­nte convencido de que no era sino un nuevo Mesías

Viejo y maltrecho se retiró a Valencia, donde murió pocos días después y fue enterrado en el monasterio de Santa María de Poblet

encargado de salvaguard­ar la “verdadera fe”. Entre 1265 y 1266 conquistó Murcia y, en un ejercicio de gran ingenio político, entregó aquellas tierras a su yerno Alfonso X, casado con su hija Violante. Pero sería en 1268, realizadas ya las decisivas hazañas de conquista en la Península y cumplidos los sesenta años, cuando el monarca decidió emprender la conquista del reino de Jerusalén. Jaime determinó que lo que le restara de vida lo empeñaría en recuperar el Santo Sepulcro.

El 4 de septiembre de 1269 una gran flota, encabezada por don Jaime y compuesta por treinta navíos, partió hacia Tierra Santa desde Barcelona; sin embargo, tres días después una terrible tormenta obligó a la embarcació­n en la que viajaba el rey a recalar en la localidad francesa de Aigües-Tortes. Desalentad­o, regresó a Barcelona. Aunque en 1274, durante un concilio celebrado en Lyon, Jaime I insistió en reanudar la cruzada para recuperar los Santos Lugares, nadie parecía dispuesto ya a secundar su arriesgada propuesta.

Todavía tuvo el monarca fuerzas para sofocar una revuelta de los musulmanes en Valencia, pero sufrió la primera derrota de su vida en una escaramuza en Luchente. Viejo y maltrecho se retiró a Valencia, donde murió pocos días después. Fue enterrado en el monasterio de Santa María de Poblet, donde hoy reposan sus restos, con el hábito de la orden del Císter, tras entregar la espada Tizona –considerad­a una de las que blandiera el Cid– a su hijo don Pedro.

A más de ocho siglos de su nacimiento, todos reconocen el legado dejado por Jaime, artífice del desarrollo cultural e institucio­nal de la compleja red de territorio­s agrupados bajo la Corona de Aragón, el impulso de la vida en las ciudades –principalm­ente en la de Barcelona– y el fortalecim­iento y modernizac­ión de la institució­n monárquica frente a las ambiciones y privilegio­s nobiliario­s.

 ??  ?? CASTILLO DEMONZÓN. Tras sus poderosos muros, el conquistad­or pasó su infancia.
CASTILLO DEMONZÓN. Tras sus poderosos muros, el conquistad­or pasó su infancia.
 ??  ?? CRUZADAS. El rey adquirió su espíritu cruzado cuando se encontraba bajo la protección de los templarios de Monzón.
CRUZADAS. El rey adquirió su espíritu cruzado cuando se encontraba bajo la protección de los templarios de Monzón.
 ??  ?? CATEDRAL DEPALMA. Sobre una antigua mezquita, se iniciaron las obras de este templo, en tiempos del rey cruzado.
CATEDRAL DEPALMA. Sobre una antigua mezquita, se iniciaron las obras de este templo, en tiempos del rey cruzado.
 ??  ?? PALACIO DE LA ALMUDAINA. El Alcázar Real de Mallorca fue la sede del reino independie­nte mallorquín del siglo XIV.
PALACIO DE LA ALMUDAINA. El Alcázar Real de Mallorca fue la sede del reino independie­nte mallorquín del siglo XIV.
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LA SEO de Zaragoza.
 ??  ?? ENTRADATRI­UNFAL de Jaime I en la ciudad de Valencia, según un cuadro de 1884.
ENTRADATRI­UNFAL de Jaime I en la ciudad de Valencia, según un cuadro de 1884.
 ??  ?? VISTA NOCTURNA del castillo de Carcasona, donde transcurri­ó el período más triste de la infancia de Jaime I.
VISTA NOCTURNA del castillo de Carcasona, donde transcurri­ó el período más triste de la infancia de Jaime I.
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 ??  ?? IGLESIA DEL SANTO SEPULCRO en la Ciudad Vieja de Jeusalén. MONASTERIO DE POBLET, donde yacen los huesos del Conquistad­or.
IGLESIA DEL SANTO SEPULCRO en la Ciudad Vieja de Jeusalén. MONASTERIO DE POBLET, donde yacen los huesos del Conquistad­or.

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